Chapter Text
Capítulo 1 — *El peor secreto del vecindario*
*(Narrado por Sara Clockwell)*
Si alguien me hubiera dicho hace treinta años que una viltrumita pura terminaría viviendo en un suburbio rodeada de humanos que discuten por el reciclaje y el césped, habría soltado una carcajada tan fuerte que habría destruido media montaña.
Y, sin embargo, ahí estaba yo. Con un delantal rosa que decía *“Reina del desayuno”*, batiendo panqueques en una cocina decorada con limones falsos, fingiendo que el olor a mantequilla derretida era mi misión más importante.
En cierto modo, lo era.
Porque mantener a salvo a mi hijo era mucho más difícil que conquistar un planeta.
—William, cariño, ¡no corras dentro de la casa! —grité aquella mañana mientras el pequeño misil rubio de seis años pasaba a toda velocidad con una pistola de agua.
Él se detuvo justo frente a mí, con esa sonrisa traviesa que había heredado de su padre. Luis, mi esposo. Un humano tan torpe como valiente, que creía que yo era una exatleta olímpica retirada por una lesión en la espalda. Si supiera la verdad, probablemente se desmayaría antes de terminar de procesarla. Y no me viera como antes y solo pensar en eso me aterra.
—Mamá, voy a ser el más rápido del mundo. —William levantó el brazo, empapando sin querer la tostadora.
Me forcé a sonreír. —No, no, no vas a ser el más rápido del mundo, vas a ser el más… normal del mundo, ¿entendido?
Luis soltó una carcajada desde el comedor. —Cariño, déjalo jugar. Es un niño.
Sí, claro. Un niño que, si se emocionaba demasiado, podía lanzar a su padre por la ventana sin querer.
Desde que nací, los viltrumitas fuimos entrenados para la guerra. La compasión se consideraba una debilidad. Pero después de conocer a Luis, esa “debilidad” se convirtió en mi mayor fuerza. Y por primera vez entendí por qué algunos planetas valían la pena ser protegidos.
El problema era que William no tenía idea de lo que era.
Y yo planeaba mantenerlo así… para siempre.
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A lo largo de los años, perfeccioné mi arte de ser una madre humana promedio.
Me inscribí en el club de lectura (aunque terminé destrozando un ejemplar de *Orgullo y Prejuicio* por accidente cuando me enojé con el Sr. Darcy).
Fingí que necesitaba ayuda con las bolsas del supermercado, cuando en realidad podía cargar un camión entero con un dedo.
Y hasta aprendí a llorar con comerciales de perritos.
Pero cada día, en lo más profundo, sentía esa tensión constante: ¿y si despertaban sus poderes?
Al principio pensé que el ADN humano de Luis los neutralizaría, que William sería solo eso: un niño dulce, inteligente y completamente terrícola.
Hasta que cumplió doce años.
Fue el día en que casi destruye el microondas.
—Mamá, solo intentaba calentar la leche —me dijo, con una expresión culpable mientras el aparato chispeaba y echaba humo.
Yo lo miré. No con miedo, sino con un escalofrío que me recorrió el pecho. Su temperatura corporal era anormalmente estable; no sudaba, no jadeaba, no mostraba agotamiento, no estaba asustado.
Tenía reflejos que ningún humano podía tener.
Y, lo peor de todo, no tenía ni un rasguño.
“Quizá es coincidencia”, me repetí. Pero en el fondo, sabía que no.
--Nolan y Debbie tuvieron a su hijo —Mark—, la situación empeoró.
No éramos amigos, exactamente. Bueno solo nuestro hijos
Los viltrumitas rara vez lo somos.
Pero habíamos llegado juntos a la Tierra hace décadas, y nuestros informes al Imperio compartían la misma frecuencia de transmisión.
Hasta que dejé de enviar los míos de forma correcta estaba mintiendo para atrasar la invasión a la tierra.
Nolan siguió con su papel de “Omni-Man”, protector de la Tierra, marido devoto, símbolo de esperanza.
Y yo, la otra viltrumita que decidió ser invisible.
Esa diferencia nos separó más que cualquier frontera interestelar.
Cuando me enteré de que su hijo había desarrollado poderes, sentí una punzada de pánico.
Si el niño de Nolan los había despertado… era solo cuestión de tiempo para que William también lo hiciera.
Así que empecé mi campaña de sabotaje maternal.
Nada de deportes.
Nada de peleas.
Nada de adrenalina.
Si había un concurso de resistencia, lo inscribía en ajedrez.
Si un amigo lo invitaba a escalar, fingía que tenía una cita médica.
Y si se subía a una bicicleta… bueno, esa bicicleta “accidentalmente” terminaba sin frenos.
Todo por su seguridad.
O al menos, eso me repetía para no sentirme una madre loca.
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El día que todo cambió fue durante la llamada **Guerra de los Invencibles**.
Los noticieros hablaban de clones, versiones alternas, destrucción a gran escala.
Yo trataba de mantener la calma.
William estaba en la ciudad, en la universidad, y yo veía la transmisión con un nudo en la garganta.
Hasta que el edificio colapsó.
Vi el número, la dirección, el humo.
Era su campus.
Sentí el aire escapárseme del cuerpo.
Corrí. No volé, porque eso habría sido un error fatal frente a los humanos.
Pero llegué.
Había caos, fuego, gritos.
Y entre los escombros, una figura cubierta de polvo caminaba tambaleante.
Era mi hijo.
El corazón me dio un vuelco.
Estaba vivo.
Ileso.
Ni un hueso roto. Ni una gota de sangre.
Él me miró confundido, como si no entendiera por qué todos estaban tan asustados.
Yo me acerqué y lo abracé con tanta fuerza que probablemente habría dejado marcas en el concreto si no me controlaba.
—Mamá… —susurró, todavía en shock—. No sé qué pasó. El edificio se cayó y… y yo lo sostuve. No sé cómo, pero lo sostuve.
Mi mente se congeló.
No había marcha atrás.
Ahí estaba.
La verdad que había temido por años.
El momento que había intentado evitar con postres, excusas y mentiras blancas.
Mi hijo era un viltrumita.
Y ya no podía ocultarlo.
—William… —mi voz tembló, mientras las sirenas aullaban a nuestro alrededor—.
Hay algo que necesito contarte sobre… nuestra familia.
Él me miró con esos ojos que tenían el mismo brillo que los míos cuando miraba las estrellas.
Inocente. Confundido.
A punto de descubrir que toda su vida era una farsa bien intencionada.
Y mientras el humo se elevaba y los helicópteros sobrevolaban los restos del edificio, solo pude pensar en una cosa:
*Luis me va a matar.*
......….....………………………
Cuando era niña —bueno, niña viltrumita, que es casi lo mismo que un tanque con trenzas— me decían que la verdad era un arma.
Y tenían razón.
Solo que ahora esa arma apuntaba directo al corazón de mi hijo.
William estaba sentado en el sofá, cubierto de polvo, con los ojos aún desorbitados por el derrumbe del edificio. Había sobrevivido sin un solo rasguño, y en vez de estar asustado, parecía más confundido que nunca.
Yo caminaba de un lado a otro del salón, respirando hondo. O fingiendo hacerlo, porque honestamente, no necesitaba respirar para calmarme.
Luis estaba en el trabajo. Gracias a todos los cielos posibles.
Era el momento.
Ese que había pospuesto durante quince años con la precisión de una artista del engaño.
—Mamá —dijo él, rompiendo el silencio—. ¿Qué fue eso? Lo del edificio… yo no… no puede ser real.
Me detuve frente a él.
Lo miré.
Vi al niño que se comía las galletas crudas, al adolescente que mentía diciendo que estudiaba cuando en realidad veía series hasta tarde, y al joven que ahora temblaba, buscando respuestas.
Tragué saliva. —William… hay algo que debería haberte contado hace mucho tiempo.
Él frunció el ceño. —¿Tienes cáncer?
—¿Qué? ¡No! —puse los ojos en blanco—. Por favor, no dramatices antes de tiempo, no te pareces en nada a tu padre.
—¿Papá tiene cáncer?
—¡No! —suspiré—. Olvida eso. Escucha, lo que voy a decirte es importante. Muy importante.
Tomé aire. No porque lo necesitara, sino porque los humanos dicen que ayuda antes de lanzar bombas emocionales.
—William… yo no soy humana.
Él parpadeó. —…¿Qué?
—Y tú tampoco.
—¿Qué?
—Y antes de que digas “¿qué?” otra vez, déjame explicarlo.
Se quedó callado, mirándome con esa expresión de incredulidad absoluta que solo un adolescente puede perfeccionar.
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### 🌠 Flashback: Hace 20 años
El cielo estaba rojo aquella noche. No el rojo cálido de un atardecer terrestre, sino el rojo viltrumita: un color que solo los conquistadores ven cuando llegan a un nuevo mundo.
Nolan y yo aterrizamos en la Tierra con el mismo objetivo: preparar el planeta para la anexión al Imperio.
Era un trato simple.
Yo me infiltraría como una humana común, observaría sus defensas, sus sistemas, su biología.
Él se convertiría en su héroe, ganando su confianza.
Éramos soldados, no amigos.
Aunque él siempre tenía ese aire de superioridad con su “yo soy el elegido” que me daba ganas de estrellarlo contra un satélite.
—Este planeta no durará mucho —me dijo una vez, mientras flotábamos sobre el Pacífico—. Son débiles. Su compasión los consume.
Yo me crucé de brazos. —Quizá sea eso lo que los mantiene vivos.
—No seas ingenua, Sara. La compasión no construye imperios.
Tenía razón… y también estaba completamente equivocado.
Pasaron años.
Y un día conocí a Luis.
Era un periodista torpe que intentaba cubrir una historia sobre “luces misteriosas” en el cielo.
Yo era una infiltrada con el poder de derribar montañas.
Y, de alguna manera, terminamos tomando café.
Me hizo reír.
No fingí.
Y en ese momento supe que el Imperio Viltrumita podía esperar.
Cuando nació William, dejé de enviar informes.
Me volví invisible para el Imperio.
Y Nolan lo sabía.
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### 🌌 Fin del flashback
—¿Así que…? —William levantó las cejas, procesando—. ¿Somos de otro planeta?
—Viltrum —dije con voz grave.
—¿Eso está en Europa?
—No, cariño. Está a unos cuantos años luz de cualquier cosa remotamente civilizada.
—…oh.
Asentí, intentando parecer serena. —Tu padre no lo sabe. Nunca se lo dije. Y quiero que siga siendo así.
—Mamá… ¿por qué me ocultaste algo así?
—Porque quería que tuvieras una vida normal. Que jugaras, que te enamoraras, que sacaras malas notas en matemáticas, que te quejaras del tráfico… no que conquistaras planetas.
Él me miró fijamente, y luego se rió. —¿Conquistar planetas? ¿Qué se supone que soy, Superman versión galáctica y malo?
—Más o menos. Pero con mejor gusto en camisas.
Se quedó callado un momento.
Luego su sonrisa desapareció. —¿Tiene que ver con… con Omni-Man?
Mis manos se crisparon.
—Sí. —respondí con un hilo de voz.
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### ⚔️ Flashback: El día que todo cambió
Nolan me contactó por última vez poco después de su pelea con Mark.
Yo ya sabía lo que había hecho.
La masacre de los Guardianes. La traición. El horror.
Y cuando apareció frente a mí, con su traje aún manchado de sangre, no vi al guerrero invencible.
Vi a un padre quebrado.
—Sara —dijo con voz grave—. Termina lo que empezamos.
—¿De qué hablas?
—Conquista este planeta. Cumple tu parte.
Me reí. —¿Estás loco? Acabas de intentar matar a tu propio hijo.
—Tú no lo entiendes. Es nuestra naturaleza. No podemos luchar contra lo que somos.
—Entonces eres más débil de lo que creí.
Él apretó los puños. —El Imperio vendrá. Y cuando lo haga, te arrastrará contigo si no tomas partido.
—No pienso dejar que el Imperio toque a mi familia. Y si lo hacen te mataré y mataré a. Cualquiera que toque a William o a mi esposo. No olvides que también soy un vitrumita y con tu condición no creo que me hagas frente.
Nolan me miró, furioso.
Y luego desapareció en el cielo, como una sombra que el sol ya no quería ver.
Desde ese día, supe que mi verdadera guerra no era contra la humanidad… sino contra el destino viltrumita.
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### 🌠 Fin del flashback
William me miraba con los ojos abiertos de par en par.
No de miedo, sino de asombro.
Y, quizás, un toque de orgullo.
—Entonces… ¿soy mitad humano, mitad viltrumita? —preguntó.
Asentí.
—Y 100 % problema.
Él sonrió, débilmente. —Bueno, eso explica por qué sobreviví al edificio.
—Y también por qué no debes contarle a nadie. Ni a tus amigos.
—Ni siquiera a Mark…
—Especialmente a Mark.
Lo vi bajar la mirada.
Había algo en su tono que me hizo sospechar. Esa forma en que decía su nombre… *Mark*.
Pero decidí no preguntar. Aún.
—¿Y ahora qué hago, mamá? —preguntó, en voz baja.
Lo abracé, sintiendo cómo su respiración se estabilizaba contra mi pecho.
Y mientras lo hacía, pensé que quizá, por primera vez en siglos, los viltrumitas podían aprender algo de los humanos.
—Ahora, hijo —le dije, sonriendo—, finges que todo sigue igual. Y si te preguntan cómo sobreviviste al derrumbe… di que tu mamá hace buenos almuerzos.
Me vio con dudas. Pero
Él se rió, aliviado.
Y yo también.
Porque aunque el mundo se estuviera desmoronando, en ese momento, al menos seguíamos siendo familia.
Suena egoísta puedo ayudar a los humanos pero solo quiero una familia normal sin peligro, sin miedo a perderlos. Eso me hace humana cierto.
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El mundo se estaba reconstruyendo.
A paso lento, con heridas abiertas, pero avanzando.
En los noticieros se hablaba de esperanza: reconstrucción, donaciones, héroes trabajando codo a codo con humanos.
William veía todo eso con una sonrisa cansada mientras ayudaba a cargar cajas con suministros para familias que lo habían perdido todo.
Había decidido, junto con Amber y Eve, entregar su tiempo para reparar lo que la guerra había destruido.
Era su manera de sentir que valía algo.
Su manera de honrar lo que su madre siempre le enseñó.
> “Ser fuerte no te hace un dios, hijo. Te hace responsable.”
Él recordaba perfectamente esa frase.
Y recordaba también la noche en que Sara le había revelado todo.
Hace poco, estaba aterrado porque podía levantar parte de un edificio sin esfuerzo.
Sara se había sentado con él en silencio y le había contado la verdad:
Que era mitad viltrumita.
Y que su propio padre era un periodista que nunca supo la magnitud del secreto que dormía a su lado.
> “No le digas a nadie lo que eres, Will. No vueles, no pelees, no muestres tu fuerza.
> Si lo haces… ellos vendrán por ti. Y no tendré cómo detenerlos.”
Él había prometido.
Y desde entonces, había sido solo *William Clockwell*, un chico normal que iba a la universidad, hacía bromas tontas y se quejaba del precio del almuerzo.
Hasta ese día.
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Esa mañana, Sara preparaba café mientras William revisaba en su celular las últimas noticias sobre Mark.
El gobierno aún lo trataba con desconfianza.
Los titulares lo mostraban como un símbolo de duda, no de esperanza.
*Invencible: ¿Héroe o amenaza?*
William apretó el teléfono con frustración.
—Deberían dejarlo en paz. Él salvó el mundo.
—Los humanos olvidan rápido —respondió su madre, sin girarse—.
Y temen aún más rápido.
La puerta sonó con un golpe firme.
Sara levantó la vista, frunciendo el ceño.
—¿Esperas a alguien?
—No. ¿Tú?
—Tampoco.
Al abrir la puerta, el rostro de Sara se endureció de inmediato.
El hombre del otro lado tenía lo conocía muy bien, un cigarro encendido y una expresión que nunca presagiaba nada bueno.
—Buenos días, señora Clockwell —dijo **Cecil Stedman** con calma—.
Tenemos que hablar.
William se puso tenso.
Sabía quién era.
Y también sabía que nada bueno podía salir de una visita de la GDA.
Sara lo dejó pasar, a regañadientes.
Luis bajó las escaleras, con la mirada cargada de preocupación.
Cecil observó a los tres con una serenidad casi inhumana.
—Así que esta es la familia que tanto se esfuerza en parecer normal.
Un periodista, una ama de casa muy fuerte una ex atleta, y un chico que aún no sabe lo que es capaz de hacer.
Luis, cariño tengo que hablar con un viejo amigo, puede ir al supermercado por bebidas. Dijo Sara con una voz amable
Luis por su parte se fue a buscar lo que pidió ya que era raro que su esposa traiga amigos o viejos conocidos. Ni siquiera sabía quién era sus suegros, así que se fue contento ya que sabría más de la mujer que ama.
Cuando quedaron solo con Cecil y William.
Sara cruzó los brazos.
—Dilo sin rodeos, Cecil.
—Sabes bien por qué estoy aquí —respondió él, apagando el cigarro—.
Los viltrumitas regresarán. Y cuando eso ocurra, necesito a todos los que puedan hacerles frente.
—Yo no lucharé —dijo ella sin dudar—.
Ya cumplí mi papel en guerras de conquistar planeta para los viltrumitas. No voy a ser su soldado.
—No te pido que seas soldado —replicó él—.
Te pido que no ignores lo que eres.
Y que no prives al planeta del poder que puede salvarlo.
William intervino, intentando mantener la calma:
—Cecil, no entiendes. Ella no quiere pelear. Ninguno de nosotros quiere.
Yo solo… quiero tener una vida normal.
Estudiar. Ser alguien útil de otra manera.
Ya hay héroes para eso.
Cecil giró hacia él con una sonrisa seca.
—¿De verdad crees que puedes esconderte para siempre, muchacho?
Eres mitad viltrumita. Tarde o temprano, tu fuerza, tu sangre… te van a delatar.
Y entonces no tendrás opción.
Sara dio un paso adelante, el aire tembló levemente.
—¡No lo metas en esto!
Él hizo su promesa.
Él no es un arma.
Es mi hijo.
Por primera vez, la voz de Cecil bajó un tono.
—¿Y qué harás cuando vengan?
Cuando los cielos se abran y veas su flota destruir cada ciudad.
¿También lo esconderás bajo la cama?
Sara tembló.
William bajó la cabeza, sin poder responder.
Sabía que Cecil tenía razón.
Pero también sabía lo que perdería si lo aceptaba.
El silencio fue largo y pesado.
Al final, Cecil dio media vuelta y se dirigió a la puerta.
Antes de irse, miró a William una última vez.
—Tarde o temprano, chico… el mundo va a necesitar que dejes de fingir.
Solo reza para que, cuando llegue ese momento, aún tengas una familia y amigos a quienes quieras proteger.
La puerta se cerró.
El eco de esas palabras quedó flotando en el aire.
Sara respiró hondo, miró a su hijo, y con un hilo de voz apenas audible, le dijo:
—Prométeme una cosa, Will…
Que si algún día tienes que usar tus poderes,
no será por rabia.
Hazlo porque amas este planeta…
igual que yo lo aprendí a amar.
William asintió, con los ojos brillantes.
—Te lo prometo, mamá.
William subió a su cuarto y vio su celular las noticias del mundo.
Dicen que el reloj del mundo nunca dejaba de girar. Lo marcaba con su leve zumbido, proyectando en verde la ubicación de incendios, rescates, colapsos y catástrofes. William lo observaba sentado en su cama, con la mirada fija en los puntos que titilaban como si fueran estrellas lejanas.
—Si voy a aceptar esto —dijo con voz firme, aunque sus manos temblaban levemente— será bajo mis condiciones. Escuchaste Cecil, se que me tienes cámaras en mi casa en secreto.
De la nada Cecil apareció en la habitación de William.
Cecil, de pie frente a él, asintió con ese gesto impasible que siempre lo acompañaba.
—Escucho.
—No voy a abandonar mi vida —respondió William—. No quiero convertirme en otro soldado, ni en otro símbolo que solo vive para pelear. Quiero estudiar, tener amigos, reírme. Pero si el mundo necesita ayuda… entonces quiero estar ahí.
Cecil lo observó en silencio unos segundos, midiendo su determinación.
—Un héroe a tiempo parcial —resumió, encendiendo un cigarro—. Suena ridículo, pero te creo. Solo no olvides que ser “a tiempo parcial” no significa que puedas mirar a otro lado cuando la gente sufre.
William sostuvo su mirada.
—Nunca lo haría.
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Esa noche, cuando Cecil se marchó, Sara estaba en el jardín, mirando las estrellas. Llevaba un suéter gris y el cabello suelto, movido por la brisa. No se dio vuelta cuando su hijo se acercó.
—Le dijiste que sí —murmuró ella.
William se detuvo junto a ella, cruzando los brazos.
—Sí. Pero no quiero que te preocupes. No dejaré que nada de esto te haga daño.
Sara soltó una risa amarga.
—No te preocupes por mí, cariño. Yo… yo viví demasiadas vidas como para temerle al daño.
William la observó en silencio unos segundos, luego se sentó junto a ella.
—Mamá… ¿cómo era Viltrum? —preguntó con curiosidad, casi en susurro.
Sara se quedó callada. Las estrellas parecieron más frías de repente.
—Viltrum… era hermoso y horrible al mismo tiempo —dijo finalmente—. Era un mundo donde el aire mismo olía a poder. Todos sonreían, pero no por alegría. Sonreían porque sabían que eran los más fuertes. No había debilidad, no había compasión. Si caías, te reemplazaban. Si dudabas, te eliminaban.
Su voz se quebró levemente.
—Desde niña me enseñaron a matar. A conquistar. A ver los planetas como piezas de un tablero. No sabía lo que era el amor, ni el miedo, ni la ternura. Todo era orden y fuerza… hasta que conocí a tu padre.
William bajó la mirada.
—¿Y fuiste feliz con él?
Ella sonrió con tristeza.
—Sí. Y eso fue lo más aterrador. Por primera vez… quise quedarme. Quise vivir, no obedecer. Y cuando te tuve a ti, William… —lo miró a los ojos, con lágrimas contenidas— …quise ser algo que nunca me enseñaron a ser: una madre.
William tragó saliva.
—Pero tú sí eres una buena madre.
Ella negó suavemente con la cabeza.
—No, hijo. Fui cobarde. Te oculté quién eras porque temía que te usaran, como a mí. Temía que te convirtieras en un arma. Te quise tanto… que preferí verte débil, humano, antes que fuerte y vacío.
—No soy débil —respondió William, en voz baja—. Y nunca estaré vacío.
Sara lo miró sorprendida. Por un instante, vio en él algo que no venía de ella… algo de Luis, de humanidad, y algo de Viltrum: fuego, resolución, fuerza.
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Durante las semanas siguientes, Sara decidió entrenarlo. No como una general, sino como una madre.
Cada amanecer, el cielo temblaba con los sonidos de los golpes y el viento que William generaba intentando volar. Al principio se estrellaba contra los árboles, contra el techo, o terminaba rodando por el suelo. Sara se reía a escondidas, aunque fingía seriedad.
—Menos impulso, más control. No se trata de fuerza, se trata de equilibrio —le decía, mientras él intentaba estabilizarse en el aire.
—¿Equilibrio? —bromeaba William jadeando—. Mamá, soy mitad viltrumita, mitad humano… ¡ni siquiera sé qué lado se supone que debe equilibrar al otro!
Ella cruzaba los brazos.
—Entonces aprende a ser ambos. No hay vergüenza en tener dos mundos dentro de ti. Solo peligro si dejas que uno destruya al otro.
Los entrenamientos se volvieron parte de su rutina. Sara lo hacía correr por kilómetros, levantar enormes estructuras de metal en ruinas, y sobre todo, a usar la fuerza sin dejarse consumir por ella.
Cada vez que William fallaba, ella no lo regañaba. Solo repetía:
—Otra vez. Hasta que puedas hacerlo sin pensar. Hasta que sea parte de ti.
Con el tiempo, él aprendió a volar con más precisión, a detener un derrumbe con sus manos, a controlar su respiración en pleno combate. Pero lo que más le costaba… era usar sus poderes sin sentir miedo.
Una tarde, cuando intentaba levantar un camión volcado tras un accidente, sus manos temblaron. La gente lo miraba con terror, como si fuese un monstruo. Cuando el vehículo se elevó, un niño aplaudió, y William se congeló.
Después de ayudar, voló a su casa sin decir palabra. Se encerró en su habitación, la mente llena de ecos. *Eres un viltrumita. Eres peligroso. Eres como ellos.*
Sara entró sin tocar la puerta.
—¿Qué te pasa?
—Nada. Solo… pensé que podía hacerlo. Pero cuando vi sus caras… sentí que me veían como a un monstruo.
Sara se acercó, poniéndole una mano en el hombro.
—Entonces enséñales lo contrario. No puedes cambiar lo que eres, pero puedes decidir para qué lo usas.
William la miró, y en sus ojos había lágrimas que no caían.
—Mamá… tú crees que puedo ser diferente, ¿verdad?
Ella sonrió.
—No solo diferente. Mejor.
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Esa noche, William subió al techo. Miró el cielo con el reloj del mundo encendido. Había incendios, robos, vidas en peligro.
Suspiró.
—Supongo que “a tiempo parcial” empieza ahora.
Y voló.
Su silueta cruzó el horizonte como una estrella fugaz, iluminando el cielo.
Desde la ventana, Sara lo observó irse.
Por un instante, creyó ver al niño que una vez fue.
Por otro, al héroe que el mundo necesitaría pronto.
Pero dentro de su pecho, un pensamiento oscuro le pesaba.
Porque en algún lugar, muy lejos, **Viltrum recordaba su nombre.**
Y los viltrumitas no olvidan.
Y tenía razón.

Valentina (Guest) on Chapter 1 Mon 27 Oct 2025 06:53PM UTC
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