Chapter 1: El precio del héroe
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Capítulo 1 – El precio del héroe
El estruendo de la explosión resonó hasta National City. La mina de cobre del desierto de Nevada colapsó en cuestión de segundos, atrapando a cuarenta trabajadores bajo toneladas de roca y acero. Las autoridades estaban paralizadas, los equipos de rescate desbordados. Solo una llamada silenciosa bastó. Supergirl ya estaba en camino.
El cielo crepitaba cuando descendió a la entrada destrozada del yacimiento. Kara Zor-El, emblema de esperanza y salvación, se abrió paso sin dudarlo, los ojos firmes, la mandíbula tensa. Su capa flameaba como una advertencia al propio infierno que estaba por adentrarse.
Dentro, el aire era espeso, el calor insoportable. Las paredes parecían crujir con cada paso. Los niveles inferiores se habían derrumbado, y los sensores del DEO apenas podían ubicar las señales de vida. Pero ella los escuchaba. Gritos. Golpes. Suplicas.
—Estoy aquí —susurró, más para sí que para ellos—. No se van a morir aquí. Con movimientos milimétricos, Kara comenzó a levantar estructuras colapsadas, a moldear túneles con sus propias manos.
El sudor se mezclaba con el polvo, y su respiración se volvía más pesada con cada metro. Pero entonces, mientras removía una losa gigantesca cerca del núcleo de la mina, algo cambió. Un brillo rojizo, apenas perceptible, emergía de una grieta en la roca. No era kryptonita como la que conocía. Esta era distinta. Líquida. Densa. Viva. No tuvo tiempo de reaccionar. Una descarga invisible, ardiente, se clavó en su piel. Kara cayó de rodillas, jadeando. Sintió su sangre arder, su visión distorsionarse, su corazón acelerar como si intentara salirse de su pecho. La kryptonita roja fluía dentro de ella como un veneno antiguo despertando algo dormido... algo que no debería haber despertado.
Pero ella se levantó. Más fuerte. Más clara. Más... distante. Los últimos mineros fueron liberados. Ninguno murió. Kara salió caminando, los ojos más oscuros que nunca, su silueta más firme, su sonrisa… ausente. Las cámaras la captaron alzando el vuelo, sin dar declaraciones. Un gesto, una mirada gélida, y se perdió entre las nubes.
Desde la distancia, Lena Luthor observaba la transmisión en vivo. Su mano temblaba levemente al apagar la pantalla. Ella conocía a Kara como nadie. Sabía que algo había cambiado. Algo profundo. Y sin embargo, una parte de ella—la más irracional, la más peligrosa—susurraba que, tal vez, esa nueva Kara no era una amenaza. Tal vez era la Kara que el mundo merecía. Y ella estaría ahí. Para protegerla. Para defenderla. Para amarla, incluso si eso significaba ver al mundo arder.
Pasaron solo cuarenta y ocho horas desde el rescate en la mina. Kara Danvers no había regresado a su apartamento. Tampoco contestaba los mensajes de Alex ni las llamadas del DEO. Las noticias hablaban de una Supergirl más activa, más efectiva... y más temida. Había interceptado a un grupo de traficantes en las afueras de Star City. Ninguno sobrevivió. Las cámaras grabaron la escena: Supergirl flotando entre escombros, el rostro impasible, los ojos encendidos, el traje... irreconocible. Su atuendo clásico había desaparecido. Ahora vestía un traje ceñido de combate, negro y rojo como la sangre seca, con detalles en plata. Pantalones ajustados, botas tácticas y una capa rota a la altura de los muslos. Su insignia seguía en el pecho, pero más afilada, más agresiva. Como si fuera una advertencia y no una promesa.
Su cuerpo había cambiado también. El sol la había fortalecido, pero lo que corría por sus venas era otra cosa. La kryptonita roja líquida había reformado cada músculo de su anatomía. Sus abdominales eran una armadura esculpida, marcando un físico más poderoso, más sensual. El cabello rubio antes largo y suelto ahora era corto, desenfadado, revelando una mirada desafiante que no necesitaba palabras para imponer miedo… o deseo. En el DEO, la alarma era constante.
—No es ella —dijo Alex, mirando los monitores con el ceño fruncido y el corazón roto—. Es Kara... pero no es mi hermana.
—Aún está dentro de ella —agregó J’onn J’onzz, con voz grave—. Sólo que ahora... hay otra parte tomando el control. Nia asintió, conteniendo las lágrimas.
—Está reescribiendo lo que significa "ser héroe".
—No es justicia —dijo Brainy, con un temblor en su tono—. Es poder absoluto sin límite moral. Y el mundo la está empezando a seguir. Kelly colocó una mano sobre el hombro de Alex, firme.
—Tenemos que encontrar una forma de hablar con ella... antes de que sea demasiado tarde. Pero Alex ya sabía la verdad más dolorosa de todas. Kara estaba eligiendo ese camino.
L-Corp, esa misma noche, Lena revisaba gráficos sobre energía residual cuando el aire del laboratorio cambió. Una corriente eléctrica. Un calor denso. Una presencia.
Se giró y la vio. Kara flotaba en la entrada como una visión imposible: el nuevo traje brillando bajo la luz blanca, el rostro sereno pero cargado de una fuerza peligrosa, inhumana… divina.
—Kara... —susurró Lena, entre fascinación y alarma.
—Ya no soy Kara Danvers —dijo con voz suave, pero con un filo venenoso—. Esa era la versión que el mundo merecía cuando aún creía en él. Bajó lentamente, sus botas resonando en el suelo de mármol.
—Ahora, yo decido quién vive... y quién no merece redención. Lena respiró hondo. Quiso hablar, razonar. Pero entonces, Kara dio un paso más cerca. Sus ojos eran fuego líquido.
—Tú siempre me viste, Lena. No la periodista torpe. No la chica buena. Me viste a mí. Silencio. Una tensión que dolía.
Kara la rodeó, deteniéndose justo detrás de ella.
—¿Tienes miedo?
—No —respondió Lena, sin temblar—. Porque aún estás aquí. Kara sonrió apenas, con algo entre ternura y posesión.
—No quiero que huyas. Quiero que estés a mi lado. No como amiga. No como aliada.
Quiero que seas mi reina. Lena giró el rostro lentamente, con la respiración contenida.
—¿Estás eligiéndome... o reclamándome?
Kara no respondió con palabras. Levantó su mano y la colocó sobre el corazón de Lena, sintiendo el latido acelerado bajo su palma.
—Ambas.
Chapter 2: Pacto de fuego
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Capítulo 2 – Pacto de fuego
El silencio reinaba en el laboratorio privado de Lena Luthor. Cristales translúcidos, luz suave, tecnología de vanguardia... y en el centro, ella. Kara. De pie, sin moverse, con los brazos cruzados detrás de la espalda y la mirada fija en Lena.
—Si vas a decir que no, no tienes que buscar excusas —dijo con un dejo de sarcasmo oscuro—. Puedo vivir sin coronas ni promesas pero… Lena te necesito a ti para no perderme.
Lena no respondió de inmediato. Caminó con calma hacia ella, con una expresión tensa, profunda.
—Quiero hacerlo. Quiero seguirte, Kara. Pero no así... no sin entender en qué te has convertido. Kara frunció ligeramente el ceño.
—¿No confías en mí?
—Confío tanto en ti que... necesito saber si aún estás tú dentro de todo esto —respondió Lena, mirándola con franqueza—. Déjame analizarte. Examinarte. Solo entonces sabré si te sigo por amor... o por adicción. Kara entrecerró los ojos. Un silencio denso cayó entre ellas. Luego, asintió, un gesto imperceptible.
—Hazlo. Pero no esperes encontrar debilidad.
—No la busco —susurró Lena—. Busco verdad.
Horas más tarde... Lena escaneaba la estructura genética de Kara por quinta vez. La kryptonita roja no era un simple residuo en su sistema. No estaba envenenando su cuerpo: lo había reescrito. Su fisiología era ahora una fusión perfecta de poder solar kryptoniano y esa sustancia viva. Un compuesto que alteraba no solo sus capacidades físicas, sino su bioquímica emocional. Sus emociones estaban intensificadas, su autocontrol desligado del juicio humano tradicional.
—No puedo hacer nada... —susurró, mirando el análisis final.
El archivo 3D mostraba el sistema nervioso de Kara vibrando con energía roja. Sus células la aceptaban. La amaban. La necesitaban. Lena apretó los puños. El aire le temblaba en los pulmones. No podía salvarla. Pero sí podía quedarse. Giró lentamente hacia Kara, que la observaba sentada en la camilla, en calma, con esa nueva fuerza latiendo bajo su piel.
—¿Terminaste?
—Sí... —respondió Lena, dando un paso al frente—. Lo que sea que eres ahora... ya no puedo separarlo de ti. Kara se puso de pie. Su presencia llenó la habitación como una tormenta contenida.
—¿Entonces? Lena respiró hondo, con los ojos llenos de resolución.
—Entonces, mi reina... te sigo. Hasta la muerte. Hasta donde tú me lleves. Soy tuya. Solo tuya Kara.
La ciudad dormía bajo la sombra de su nueva reina. En la oscuridad de la habitación a la que se habían dirigido, Kara y Lena se miraban sin hablar. El silencio entre ellas ardía más que cualquier palabra. Fue Lena quien se acercó primero, quien llevó las manos al rostro de Kara, quien besó con los labios y luego con el alma. Kara la sujetó con fuerza, pero con una dulzura feroz, como si su control estuviera colgando de un hilo.
Lena sintió cada músculo de ese nuevo cuerpo bajo su tacto: duro, templado, hermoso como una estatua viviente. Cuando Kara la tomó entre sus brazos y la llevó a la cama, el mundo dejó de existir. Lo que siguió fue más que pasión: fue devoción física. Kara exploró cada rincón de Lena como si estuviera aprendiendo un lenguaje sagrado. Su fuerza era inmensa, pero se contenía con precisión divina. Cada movimiento era firme, exacto, profundamente humano... y profundamente kryptoniano. Lena se arqueó bajo ella, se aferró a sus hombros, al nuevo contorno de su espalda, a la energía que vibraba bajo su piel. Nunca la había sentido así. Nunca había sentido nada así.
Kara se inclinó para susurrarle al oído entre gemidos entrecortados:
—Podría destruir el mundo, Lena... pero contigo solo quiero perderme. Sus cuerpos se entrelazaron una y otra vez, con una fuerza que rozaba lo violento pero que jamás cruzó la línea del dolor. Fue entrega absoluta. Fuego y gravedad. Oscuridad y promesa. Cuando terminaron, Lena temblaba en sus brazos, la frente apoyada en su cuello. Kara la sostuvo, sin palabras. Su respiración era más tranquila, pero sus ojos seguían ardiendo.
—Eres mía —dijo Kara, casi en un suspiro.
Lena asintió, sin miedo.
—Siempre.
Algunos días después… La imagen se replicaba en todas las pantallas del mundo: Supergirl sobrevolando la prisión federal de alta seguridad en Arizona. No dijo nada. No hubo advertencias. Solo un gesto. Una explosión sónica redujo la entrada principal a polvo, y en cuestión de minutos, los criminales más peligrosos del país estaban arrodillados frente a ella.
Uno por uno, los seleccionó. Ladrones, asesinos, traficantes, violadores. Algunos recibieron una segunda oportunidad. La mayoría... no. Y no fue el juicio de un tribunal. Fue el de una diosa sin corona.
Las reacciones se dividieron como una herida abierta. Algunos aclamaban. —¡Por fin alguien pone orden! —gritaban en los noticieros—. ¡Supergirl hace lo que los gobiernos no se atreven! Otros temblaban. —Ya no hay ley. Solo miedo —susurraban en Naciones Unidas. La Casa Blanca exigía explicaciones. Las Naciones Unidas convocaban reuniones urgentes. Pero nadie se atrevía a enfrentarla directamente. Nadie… excepto los que aún la amaban.
DEO. Sala de Estrategias.
—¿Están viendo esto? —exclamó Alex, arrojando una tablet sobre la mesa—. ¡Mató a siete hombres en plena luz del día!
—Y dejó vivos a treinta —respondió J’onn con calma contenida.
—¡Ese no es el punto! —Alex caminaba de un lado al otro—. ¡Mi hermana se convirtió en juez, jurado y verdugo!
—Se convirtió en lo que el mundo temía que fuera algún día —dijo Nia con la voz quebrada—. Y nadie lo detuvo. Brainy bajó la mirada.
—Técnicamente, no hay forma de hacerlo. No ahora. Su fisiología ha superado cualquier parámetro anterior. Kelly, sentada en silencio, finalmente habló.
—¿Y Lena? ¿Dónde está Lena? Alex se detuvo en seco.
—Lena está con ella. Un silencio incómodo cayó sobre la sala.
—¿Crees que la está ayudando? preguntó Nia con incredulidad. Alex tardó en responder.
—Creo que Lena ama a Kara con cada fibra de su ser. Y eso la hace peligrosa. Porque haría lo que fuera por ella.
Chapter 3: El amanecer del imperio
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Capítulo 3 – El amanecer del Imperio
Alex fue la primera en actuar. La llamó. No obtuvo respuesta. Entonces hizo lo que solo una hermana podría hacer: la esperó. En la cima del rascacielos de CatCo, justo donde solían encontrarse para ver el atardecer, Alex apareció sola. La noche ya caía. Y como si lo supiera, Kara llegó. Volando. Imponente. Hermosa y aterradora.
—Viniste —dijo Alex, conteniendo el temblor en su voz.
—No soy un monstruo, Alex —respondió Kara, aterrizando frente a ella—. Aún te escucho. Aún... te quiero.
—Entonces para. Silencio.
—No quiero detenerte, Kara. Quiero salvarte.
—¿Salvarme? ¿De qué? —preguntó Kara con voz serena pero cargada de fuego—. ¿Del poder? ¿De la libertad de hacer lo que es necesario?
—No es libertad si tú decides quién vive o muere.
—¿Y qué es entonces? ¿Dejar que la justicia ciega fracase otra vez? ¿Esperar a que el sistema funcione mientras inocentes mueren? Alex la miró con los ojos vidriosos.
—No es tu decisión. No sola. ¡No así! Kara bajó la mirada por un segundo. Un destello de algo... humano. Triste. Doloroso.
—No sabes lo que se siente... tener el poder de cambiar todo... y no hacerlo por miedo a decepcionarte. Alex dio un paso adelante, tocando su brazo.
—Porque eso es lo que nos hacía humanas, Kara. Elegir no cruzar la línea.
Pero Kara apartó la mano con suavidad.
—Ya crucé esa línea, Alex. No hay marcha atrás.
Se miraron durante unos segundos eternos. Y entonces Kara voló… sin decir adiós.
Mientras tanto… en L-Corp Lena vio todo desde la pantalla de su oficina. Las palabras de Kara, el rostro de Alex… la despedida. Se apoyó contra el cristal, cerrando los ojos con dolor.
—Te están perdiendo —susurró—. Y aún así... yo no voy a soltar tu mano. Una lágrima cayó silenciosa por su mejilla.
—Porque te elegí. No por quien fuiste. Sino por quien eres ahora. Y si el mundo quiere pelea contigo... entonces tendrá que pasar por mí.
El hielo de la Antártida crujía como si sus cimientos estuvieran reaccionando a la nueva energía que palpitaba en su núcleo.
La Fortaleza de la Soledad ya no era el lugar cristalino y solitario que Kara había heredado. Ahora, bajo el genio de Lena Luthor y los recursos infinitos de Krypton, la fortaleza era una ciudadela de poder.
Cúpulas de acero líquido y cristal rojo se alzaban como espinas en el hielo. Torres tecnológicas recodificadas por Lena brillaban con pulsos de energía constante. Desde el cielo, parecía un corazón artificial latiendo en el fin del mundo. Y en el centro, en el trono forjado con materiales de otros planetas, estaba ella.
Supergirl. Emperadora. De pie a su derecha, vestida con un traje de gala oscuro con el emblema de la Casa de El sobre el pecho, estaba Lena Luthor.
La transmisión, El mensaje fue simultáneo. No pudo ser bloqueado. Todas las pantallas del planeta: móviles, torres, satélites, estaciones militares, incluso dispositivos desconectados… se encendieron con un solo símbolo: La insignia de Supergirl. Afilada. Roja. Imponente. Y luego, su rostro. No el rostro amable que inspiraba esperanza. El de una mujer que había dejado atrás el límite entre héroe y diosa.
—Mi nombre es Kara Zor-El de Krypton. Soy Supergirl.
—He salvado este mundo más veces de las que ustedes recuerdan. Lo defendí con mis puños, con mi fe… con mi corazón. Y aún así, lo vi caer una y otra vez en manos de aquellos que lo destruyen desde dentro.
—Gobiernos corruptos. Justicia ciega. Sistemas que fallan y reinician, fallan y reinician… mientras el pueblo sufre.
—Eso termina hoy. Caminó hacia la cámara, con Lena a su lado, altiva y firme.
—Desde este momento, no soy más su protectora.
—Soy su Emperadora. Y este es el nuevo orden. Uno donde la justicia no será debatida, será impartida. Extendió la mano hacia Lena.
—Y esta es mi Emperatriz. Lena Luthor. Mi consejera. Mi igual. Quien me sostuvo cuando el mundo me dio la espalda. Lena dio un paso al frente. Su voz era calma, precisa.
—No hemos venido a gobernar con miedo. Hemos venido a arreglar lo que ustedes no pudieron. Si eligen luchar contra esto… será su decisión. Pero ya no será su mundo. Será nuestro mundo.
En el DEO – Ese mismo día las tensiones eran insoportables. No solo por el anuncio… sino porque Lena apareció en medio del salón a través de un portal generado por su reloj cuántico. Apareció sin soldados. Sin amenazas. Solo ella. Vestida como una reina de otro tiempo y otro mundo. Alex fue la primera en reaccionar.
—¿Qué haces aquí? Lena levantó las manos. Sin armas. Sin defensa.
—Vengo a hablar. No a pelear. J’onn la observó con atención. Nia tragó saliva. Kelly no apartaba la vista de sus ojos.
—Entonces habla —dijo Alex con frialdad.
Lena se acercó, sin miedo, sin arrogancia. Con el peso de quien ha hecho elecciones imposibles.
—Sé lo que piensan. Sé cómo se sienten. Yo misma… luché contra esto. Intenté salvarla. Busqué una cura. Pero Kara no está enferma. No está controlada. No es una víctima.
—Ella eligió esto —dijo Brainy, bajando la mirada. Lena asintió lentamente.
—Sí. Eligió ser lo que el mundo necesita… a su manera. Y yo la elegí a ella.
—¿Elegiste el poder? —escupió Alex.
—Elegí a la mujer que amo. La misma que aún pregunta por ustedes. La misma que los sigue amando, incluso si no pueden aceptarla. El silencio cayó con fuerza. Lena respiró hondo.
—No vengo a pedirles que la apoyen. Solo les pido que… si no pueden estar con ella, al menos no estén contra ella.
—¿Y si viene por nosotros? —preguntó Nia con voz rota.
—No lo hará. A menos que la ataquen. Kelly dio un paso adelante.
—¿Y tú qué harás, Lena, si eso pasa? La respuesta fue firme, inquebrantable.
—Lo que sea necesario para protegerla.
Incluso de ustedes.
Sus ojos recorrieron los rostros de sus antiguos amigos. Ninguno de ellos podía mirarla como antes. Ella ya no era la misma. Y tampoco Kara. Activó su reloj y el portal se abrió otra vez. Antes de irse, giró una última vez hacia Alex.
—Tú sigues siendo su hermana. Y eso aún importa para ella. Más de lo que te imaginas. Y desapareció.
De vuelta en la Fortaleza Kara estaba esperándola. No dijo nada al verla llegar. Solo la rodeó con los brazos desde atrás, su barbilla apoyada sobre su hombro.
—¿Lo hiciste?
—Sí —respondió Lena suavemente—. Les dije lo que necesitaban escuchar. No para convencerlos. Solo… para que recuerden quién fuiste. Kara apretó los brazos un poco más fuerte. Su voz era baja, íntima, vulnerable solo con ella.
—Estoy cansada, Lena. De pelear. De probar quién soy. Lena giró para mirarla. Le acarició la mejilla.
—Entonces no pelees. Manda. Ordena. Cambia. Y yo estaré contigo. Kara bajó la frente, rozando sus labios.
—Mi Emperatriz.
—Tuya. Siempre tuya.
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Capítulo 4 – Ecos de sangre y luz
Era de noche en la Fortaleza. Kara estaba ausente, revisando conflictos fronterizos entre dos países que se negaban a aceptar la redistribución de recursos impuesta por su nuevo orden. Lena, sola en su laboratorio, revisaba muestras celulares. Y entonces, su reloj cuántico vibró. Una transmisión encriptada. Alex.
No un video. No una amenaza. Solo una línea, acompañada de un archivo de audio. “Amo a mi hermana. No quiero dejarla sola.”
Lena parpadeó. Incrédula al principio. Luego abrió el archivo de voz. Era Alex. Su voz firme, pero suave, como en los viejos días.
—No me uniré a un régimen de miedo, Lena. Lo sabes. Pero tampoco me apartaré de ella. No puedo. Si hay una forma de hacer justicia sin convertirla en tiranía… la encontraré desde dentro. No por deber. Por amor. Si me dejas entrar, estaré ahí mañana. No como soldado. Como hermana. Lena dejó el dispositivo sobre la mesa y apoyó ambas manos contra la superficie. Cerró los ojos, respiró hondo. Por fin… una grieta de luz.
Kara regresó horas más tarde, cubierta de polvo rojo, con los ojos más sombríos de lo habitual.
—¿Estás bien? —preguntó Lena, acercándose. Kara asintió sin hablar, abrazándola con el cuerpo entero, buscando refugio en su calor.
—¿Qué pasa? —insistió Lena. Kara bajó la mirada.
—A veces siento que cada vez que salvo algo… pierdo otra parte de mí. Lena la abrazó fuerte, acariciándole la espalda.
—Hoy quizás recuperaste algo. Kara la miró, interrogante.
—Alex quiere venir. No a combatir. No a rendirse. A estar contigo. En tus términos… pero desde el amor. Los ojos de Kara se humedecieron, brevemente. No lloró. Pero Lena sintió cómo su cuerpo se tensó, luego se soltó. Como si esas palabras fueran un bálsamo en medio del fuego.
—Mañana —dijo Lena—. Abriremos la Fortaleza para ella. Kara asintió, y por primera vez en días, sonrió.
Esa misma noche, cuando Kara durmió profundamente a su lado, Lena se levantó en silencio y fue al laboratorio. Las muestras estaban listas. Análisis completos. Ya no era una sospecha. Era una certeza. El resultado flotaba frente a ella en el proyector tridimensional: Embarazo confirmado. ADN compatible con material kryptoniano. Fase de gestación temprana: 3 semanas terrestres. Riesgos: desconocidos. Anomalías: presentes. Latido detectado.
Lena retrocedió un paso. Su mano fue instintivamente hacia su vientre. Sintió algo. Una energía sutil. No como electricidad… como gravedad. No dijo nada. No lloró. Solo observó.
—¿Qué serás tú? —susurró, más para sí misma que para nadie. Su reflejo en el cristal mostraba a una mujer poderosa, coronada por el amor y el peligro, la emperatriz de un mundo nuevo…
y ahora, madre de algo que el universo aún no podía nombrar.
A la mañana siguiente, Alex llegó. La Fortaleza la recibió sin barreras. Sin escudos. Solo una figura esperándola: Kara, de pie frente a las puertas, con Lena a su lado. Ambas mujeres se miraron. Hermanas. Alex rompió la distancia con pasos firmes y abrazó a Kara con fuerza. Kara apretó los ojos cerrados y la sostuvo como si el hielo bajo sus pies estuviera por quebrarse.
—No estoy aquí para seguir órdenes —susurró Alex al oído—. Estoy aquí… para recordarte quién fuiste. Y proteger quién eres ahora.
—Gracias… —fue lo único que Kara pudo decir. Lena observó desde unos pasos atrás, una mano sobre su abdomen, sin decir nada. Aún no. Aún no era el momento.
Tras la llegada de Alex, no llegó sola. Con ella vinieron quienes habían sido familia, amigos y hermanos de armas: Kelly, John, Nia y Brainy. La Fortaleza, que un día fue santuario solitario, se transformó en cuartel y hogar. Ecos de risas apagadas resonaban en pasillos de cristal.
Sus miradas ya no estaban llenas de incredulidad, sino de lealtad firme. Kara ya no estaba sola. Alex la encontró en la sala central, frente a un globo terráqueo holográfico donde se delineaban efectos de sus reformas.
—No puedo cambiarlo todo sola —dijo Kara, dándole un abrazo.
—Somos tú —respondió Alex, con voz segura—. Tu fuerza… y tu conciencia.
Afuera, en los confines del nuevo orden que exigía Kara, surgió una llama de oposición. En ciudades de todos los continentes, quienes veían su autonomía anulada se reunieron. No eran ejércitos poderosos, sino personas diversas:
* Ex jueces y abogados que veían un sistema destruido.
* Activistas tecnológicos que temían la vigilancia total desde Vox.
* Gobiernos pequeños que se sentían anexados sin ser escuchados.
Se organizaron en una alianza fragmentada, pero decidida: La Resistencia, que tejía redes, difundía mensajes ocultos y preparaba un ataque simbólico. Embestirían... contra la Fortaleza.
La madrugada llegó sin previo aviso. Un centenar de insurgentes, enmascarados y armados con tecnología anti-Krypton, rodearon la Fortaleza. Explosivos orbitales detonaron contra las defensas externas, mientras satélites biológicos inundaron el cielo de drones invisibles, diseñados para debilitar cristales y sensores.
Pero Lena… estaba lista. Implementó el sistema de defensa en profundidad:
1. Primera capa: campos de fuerza refractivos sobre los muros de cristal de la Fortaleza, absorbiendo fragmentos de los explosivos como si fuesen gotas de lluvia.
2. Torres automatizadas —mini drones armados con luz solar concentrada— neutralizaban los ataques físicos y aéreos.
3. Cámaras de comando desde la cúpula central, donde Lena, junto a Brainy, Nia y John, coordinaba cada movimiento.
—Los cristales no son solo arte —declaró Lena mientras controlaba los reflejos de energía—. Son nuestras paredes… y nuestras lanzas.
Kara descendió desde lo alto del domo, su capa negra ondulando como una pluma torcida por el viento. Radiaba poder. Los atacantes empalidecieron ante su presencia. Intentaron acercarse, disparar. Pero en segundos, Kara neutralizó sus armas con una explosión de calor y un destello de voluntad.
—¡No permito que ataquen mi hogar! —gritó, su voz resonando en ecos metálicos—. ¡Este es nuestro mundo! Uno a uno, neutralizó a quienes quedaban sin vida. No había ensañamiento. Sí justicia. Sí ferocidad.
Después de la batalla El silencio volvió, solo roto por el ruido de cristales regenerándose. En la cúpula, el mundo flotó ante ellas. Kara se arrodilló frente a Lena, quien aún estaba en posición de comando. La tomó de la mano.
—Lo hicimos —dijo Kara, con voz entrecortada. Lena la elevó con una fuerza suave.
—Lo hicimos juntas. Y ahora saben… ¿Por qué te elegí? Porque eres mi fortaleza. Kara la abrazó con el corazón colmado.
—Eres mi escudo. Mi mundo. Mi verdad.
Notes:
Prometo que más adelante sabremos cómo se embarazo Lena.
Chapter 5: La reina
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Capítulo 5 – La reina
Lena despertó con un temblor en el vientre. No era dolor… era más como una vibración interna, casi eléctrica. Como si algo dentro de ella se estuviera adaptando a un mundo que aún no existe. Apoyó las manos sobre el cristal frío de la habitación, buscando estabilidad. Su respiración era irregular, su temperatura corporal fluctuaba. Sentía que su sangre ardía y se congelaba a la vez. El embarazo avanzaba. No como uno humano. No con lentitud biológica. Era kryptoniano. O algo más. Y aunque el laboratorio ya le había confirmado sus sospechas, ahora era su cuerpo el que comenzaba a gritar la verdad que aún no podía decir en voz alta.
En el centro médico de la Fortaleza, Lena trabajaba analizando datos de reformulación climática, mientras Kelly la observaba discretamente desde la entrada. Kelly no era médica, pero había visto muchos cuerpos cambiar, quebrarse, fortalecerse. Y en Lena… algo no cuadraba. La notaba más pálida por momentos. Sudor frío. Leve temblor en las manos. Pupilas dilatadas en ciertos intervalos. Síntomas.
—¿Estás bien? —preguntó, rompiendo el silencio. Lena alzó la vista, su voz serena.
—Dormí poco. Kelly no insistió. Solo compartió una mirada con Alex, quien también había notado lo mismo.
—Si necesitas algo… cualquier cosa —dijo Alex—, lo sabremos incluso si no lo dices.
Lena asintió, un nudo en la garganta. Aún no. Kara no debe saberlo aún. No hasta que esté lista. No hasta que sepa qué... será esto.
Mientras tanto, Kara gobernaba. El 65% del planeta ya había cedido ante su autoridad. Gobiernos habían sido transformados. Constituciones rescritas. Líderes derrocados y reemplazados por Consejos dirigidos por justicia sintética y agentes humanos entrenados bajo el nuevo código de Supergirl. Pero el 35% restante se resistía. Y por eso, Kara había creado algo más allá de la defensa: El Ejército Solar.
Una coalición entre humanos leales, exagentes del DEO, daxamitas rehabilitados, guerreros del planeta Rann, y miembros de razas interplanetarias que habían sido acogidas en la Tierra como nuevo hogar. Uniformes rojos y negros. Armas construidas con tecnología solar, antimateria controlada, y escudos neuronales. No era un ejército de conquista. Era un ejército para finalizar lo inevitable.
En el gran salón central de la Fortaleza ahora reconfigurado como una cámara de recepción política, los líderes del mundo desfilaban uno a uno. Algunos llegaban con reverencia. Otros, con miedo disfrazado de diplomacia. Kara y Lena se sentaban en el trono de doble ascenso. Kara al centro, Lena a su derecha, no como consorte decorativa, sino como arquitecta de poder.
Mandatarios de países como España, Corea del Sur, México y Sudáfrica ofrecían sus pactos: recursos, tecnología, estructuras gubernamentales para adaptarse al Nuevo Orden Solar.
—¿Traen justicia para su gente? —preguntó Kara con voz firme.
—Estamos dispuestos a reestructurar nuestras cortes, según los principios de imparcialidad solar —decía uno. Kara asentía. Lena observaba con ojos clínicos. Memorizaba rostros. Mentiras. Intereses ocultos. Y mientras lo hacía, su vientre palpitaba con una energía leve pero constante. Una vida creciendo bajo el palacio del poder.
Esa noche, Lena caminó sola por los pasillos iluminados por cristales flotantes.
Pasó junto a Alex.
—¿Aún no se lo dices? —preguntó la mayor de las Danvers con suavidad.
—No sé a qué te refieres. Contesto Lena. —Lena, soy doctora, conozco los síntomas y sé que hay algo diferente en ti.
—Alex, No puedo. No todavía. Alex asintió.
—Lena, se como funcionan los embarazos, pero aún no entiendo cómo sucedió el tuyo. Le dijo Alex.
—Yo tengo una hipótesis Alex, pero quisiera que fuera Kara quien me lo confirmara.
—Entiendo y lo respeto Lena. Entonces díselo antes de que alguien más lo note. Kara no es solo una emperadora. Es una mujer que ama profundamente. No dejes que lo descubra como una verdad que le fue negada. Lena sintió un escalofrío. No de miedo. De urgencia. Porque lo que crecía dentro de ella ya no era un secreto. Era una declaración de futuro.
Chapter 6: Lo que nace en el silencio
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Capítulo 6 – Lo que nace en el silencio
La noche había caído sobre la Fortaleza. En el exterior, la aurora boreal danzaba sobre la atmósfera polar, reflejando destellos rojizos en los cristales translúcidos del techo. La Tierra giraba con lentitud desde la sala de observación, vista desde el trono solar de Kara.
Lena observaba el planeta desde la ventana curva, una mano sobre su vientre. Su cuerpo palpitaba con la vida que crecía dentro, como si cada célula de su ser supiera que ya no era solo una mujer… sino la madre del heredero de dos mundos.
Kara entró en silencio, aún con su traje de guerra —negro, ceñido, con líneas carmesí que brillaban con energía residual—, pero sus ojos encontraron a Lena como si todo lo demás se desvaneciera.
—Estás aquí —susurró Kara, acercándose.
Lena giró lentamente y la miró con una mezcla de calma… y vértigo.
—Kara… necesito decirte algo. Y quiero que me escuches… con el corazón, no con tu instinto de protección. Kara frunció suavemente el ceño. Pero dio un paso más cerca, con las manos abiertas, sin presión.
—Dímelo. Lena inspiró hondo. Apoyó ambas manos en su abdomen, luego tomó las de Kara y las llevó allí. Las colocó con delicadeza, cubriéndolas con las suyas.
—Estás sintiéndolo también… ¿verdad?
Kara entrecerró los ojos al principio. Pero entonces… lo sintió.
Un pulso. Una vibración sutil. Un latido, pequeño… pero innegablemente vivo. Kara palideció. No de miedo. De asombro puro. Cayó de rodillas sin pensarlo, sus manos aún sobre el vientre de Lena, como si necesitara sostener algo sagrado.
—¿Es real…? —susurró, su voz quebrándose por primera vez en mucho tiempo.
—Sí —dijo Lena, su voz temblando también—. Estoy embarazada, Kara. Kara alzó la vista hacia ella con lágrimas en los ojos. Lágrimas cristalinas que caían en silencio sobre sus mejillas.
—¿Cómo…? ¿Cómo es posible?
—No lo sé del todo. Lo analizaremos juntas. Pero lo único que importa es que… está creciendo. Dentro de mí. De nosotros. Kara abrazó su cintura con suavidad, con el respeto de alguien tocando un templo. Apoyó su mejilla contra el vientre, cerrando los ojos, sintiendo ese nuevo ritmo de vida.
—No sabía que podía amar más… hasta ahora —susurró—. Te juro, Lena… por Rao, por la Tierra, por cada sol que he atravesado… que protegeré a este hijo con mi vida. A ti… con mi alma.
Lena se agachó frente a ella, tomándole el rostro con ambas manos.
—No estás sola, Kara. Nunca lo estuviste. No necesitas cargar el mundo. Ahora… lo vamos a construir juntas. Para nosotros. Para él… o ella. Para el futuro. Kara la besó. No con hambre. No con deseo. Sino con una ternura tan pura que casi dolía.
Sus labios se encontraron con suavidad, como si temieran romper el aire. Como si ese beso fuera el juramento más antiguo del universo.
—Quiero verlo —susurró Kara, tocando su abdomen—. Quiero estar contigo en cada cambio. Cada paso. Cada latido. Quiero ser su madre… contigo. Lena sonrió, y esta vez no pudo contener las lágrimas.
—Entonces ya lo eres.
Esa noche, no durmieron. Solo se recostaron en la cámara de gravedad cero, flotando entre cristales. Kara abrazó a Lena desde atrás, su mano siempre sobre su vientre, como si el contacto pudiera sellar lo que ya estaba escrito entre sus cuerpos. Lena entrelazó sus dedos con los de Kara.
—¿Te das cuenta? —murmuró—. Esta criatura será mitad lógica, mitad fuego estelar.
—Y todo amor —respondió Kara—. Porque eso es lo único que no va a faltarle nunca.
La sala de estrategia de la Fortaleza brillaba con luces suaves esa mañana. En el centro, un mapa interactivo del planeta mostraba los últimos países integrándose al Pacto Solar. Las piezas finales de la dominación global se movían en silencio.
Todos estaban allí: Alex, Kelly, J’onn, Nia y Brainy. Reunidos para evaluar la caída de las últimas naciones rebeldes.
Kara entró con Lena de la mano. Serena. Poderosa. Y… distinta. Lena se mantenía cerca, con un leve rubor en las mejillas. No era inseguridad. Era la gravedad de lo que iban a decir. Kara alzó la voz con suavidad.
—Hay algo que queremos compartir con ustedes. Algo que cambia todo… y nada.
Los presentes se miraron entre sí. Kara entrelazó los dedos con Lena. Sonrió, sin contener el orgullo, ni siquiera la emoción que rara vez dejaba salir.
—Lena está embarazada. Silencio. Brainy fue el primero en reaccionar, su rostro descomponiéndose en asombro y ternura a partes iguales.
—¿Qué? ¿Cómo…?
—No lo sabemos aún del todo —intervino Lena, calmada pero firme—. Pero es real. Y ya está en marcha. J’onn inclinó levemente la cabeza, cerrando los ojos como si buscara algo… dentro de ella. Su voz salió grave y profunda.
—Puedo sentirlo. Es… luminoso. Pero no solo eso. Hay algo más. Algo que… no pertenece a ninguna especie que conozco.
Brainy ya estaba accediendo a datos.
—Esto no es solo una mezcla kryptoniano-humana. La frecuencia vital es única. Incluso el patrón del latido tiene... variaciones cuánticas.
—¿Qué significa eso? —preguntó Nia, mirando a Lena con un dejo de temor sagrado.
—Que este bebé… —respondió Brainy, sin levantar la vista— está rompiendo reglas biológicas que nunca antes habían sido desafiadas. Ni siquiera en mi tiempo. Kelly, con lágrimas en los ojos, se acercó a Lena.
—¿Estás bien?
—Más que nunca —dijo Lena—. Pero sí… algo dentro de mí está cambiando. Y no solo por el embarazo. Lo siento. Algo nuevo está naciendo… en mí también.
Kara la abrazó por detrás, firme, como si con ese gesto pudiera protegerla del universo entero.
—Sea lo que sea, lo enfrentaremos juntos.
Como familia. Como imperio.
En las siguientes 72 horas, las últimas grandes potencias que aún resistían
—Estados Unidos (último bastión rebelde tras la caída del liderazgo anterior), India y Australia— aceptaron formalmente los tratados del Nuevo Orden Solar. Ya no quedaban gobiernos libres. Solo autonomías reguladas bajo el sistema de justicia solar. Kara no sonreía con arrogancia. No era conquista. Era propósito.
—La Tierra ya no será gobernada por intereses mezquinos, ni por sistemas rotos. Será custodiada. Elevada. Ordenada. Por nosotros. Y por lo que está por venir.
Sus palabras fueron retransmitidas a todo el planeta. Lena, a su lado, lucía una nueva prenda diseñada por Nia: un vestido largo negro con detalles en oro solar y líneas rojas a la altura del vientre. Una declaración visual de su lugar… y de su promesa.
Esa noche, Lena no pudo dormir. Su cuerpo estaba cambiando otra vez. No con dolor. Con expansión. En su laboratorio privado, lejos de los demás, conectó su cuerpo a un escáner neurosomático. El resultado la dejó helada. Fluctuaciones psiónicas detectadas. Actividad cerebral secundaria no humana: activa. Latido fetal: estable. Emisión de energía: no solar. No humana. No kryptoniana.
Clasificación: Desconocida. De pronto, el cristal delante de ella vibró solo. Sin comandos. Sin contacto. Y entonces lo oyó. No con los oídos. Con la mente. Madre. Lena retrocedió. El escáner marcaba una descarga energética intensa.
—¿Qué…? La energía se estabilizó. El silencio volvió. Pero Lena sabía que lo que estaba creciendo dentro de ella… ya tenía conciencia.
Chapter 7: La llegada de lo eterno
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Capítulo 7 – La llegada de lo eterno
Kara volaba a través del hemisferio norte, inspeccionando las últimas instalaciones orbitales de defensa creadas por el Ejército Solar. Pero su mente no estaba del todo presente. Desde que Lena le confesó que había escuchado una palabra —Madre—, algo dentro de Kara había cambiado. No lo dijo a nadie. Ni siquiera a Lena. Pero desde hacía días, sentía una pulsación extraña, lejana… que se acercaba cada vez más. No era física. No era emocional. Era telepática.
Aquella noche, cuando Kara regresó a la Fortaleza y se acurrucó junto a Lena, con la palma de su mano apoyada en su vientre… “Luz.” Kara se quedó completamente inmóvil. Los ojos se abrieron sin parpadear. No había sonido.
Solo una palabra flotando en su mente. Una palabra pronunciada desde dentro.
—Lena —susurró—… me habló. Lena se incorporó de inmediato, su expresión atrapada entre el miedo y la maravilla.
—¿Qué dijo? Kara no parpadeó.
—Solo una palabra: “luz”.
Días después, durante un escaneo rutinario en el laboratorio central, mientras Kara acariciaba el vientre de Lena, los sensores enloquecieron. Luces rojas y doradas comenzaron a parpadear por todo el cuarto. Los cristales de control se elevaron solos. Las pantallas estallaron en datos que ninguna IA podía procesar. Y entonces ocurrió. Desde el vientre de Lena, emanó una onda expansiva de energía translúcida, como una ola silenciosa de calor y presión. Kara, instintivamente, protegió a Lena… pero no fue necesario. Nada fue destruido. Pero todo fue tocado.
John, Nia, Brainy y Alex corrieron hacia el laboratorio. La onda los alcanzó, y todos cayeron de rodillas con los ojos abiertos, temblando… como si algo hubiera rozado sus almas.
—¿Lo sintieron? —preguntó Nia, sin aire.
John asintió, atónito.
—Fue como… mirar el centro de una estrella… y ver tu reflejo en ella. Lena miró a Kara con lágrimas en los ojos.
—No es solo una vida… es una presencia.
Algo que ya existe más allá del tiempo.
La energía no pasó desapercibida. A cientos de años luz de distancia, en sistemas olvidados, razas alienígenas que habían observado la Tierra con cautela por siglos comenzaron a moverse. En el consejo interplanetario de Almerac, un oráculo cayó en trance al sentir la distorsión cuántica. “Se ha encendido la chispa. No es un niño. Es un puente.”
En Thanagar, las bibliotecas vivientes comenzaron a actualizarse solas con escrituras que jamás habían sido escritas. En el espacio oscuro, donde los cazadores del Vacío dormían, algo despertó. “La luz que puede romper las puertas.” Y en un rincón de la galaxia, un ser oculto por eones —conocido por pocos como K'Tharn, el Silente— abrió los ojos.
“El Heredero ha sido concebido. La Tierra ya no es un planeta menor.”
Esa noche, Nia no pudo dormir. Soñó. Pero no era un sueño normal. Era una visión lúcida, ardiente, tan real como su propio cuerpo. Se vio en un mundo cubierto de cenizas. Torres de la Fortaleza reducidas a polvo. El sol… dividido. Y frente a ella, dos versiones del mismo niño. Uno, de ojos dorados, con la insignia de la Casa de El en el pecho, con alas hechas de luz.
El otro, de piel blanca como la niebla, ojos completamente negros, y un manto de sombras que absorbía el mundo. Ambos decían al unísono: “El futuro no está escrito. Pero nacerá igual. Soy uno. Y soy todos. Seré juicio… o libertad.”
Nia despertó gritando. El eco de las palabras aún vibraba en su garganta. Corrió hacia Lena y Kara, que ya estaban despiertas, como si ellas también lo hubieran sentido.
—Hay una profecía —dijo Nia, aún temblando—. Y su hijo… es el umbral. Kara la tomó de los hombros.
—¿Qué viste?
—Dos futuros. Uno lleno de luz. El otro… de ruina. Y ambos, con el mismo rostro.
Lena se llevó las manos al vientre. Estaba frío… y vibrante al mismo tiempo.
—Entonces aún hay elección. Kara miró a Lena, con una fuerza renovada.
—No importa lo que el universo vea. Este niño es nuestro. Y yo lo guiaré. Tendrá poder y a la vez sabiduría para elegir.
Tres meses después
El tiempo no seguía reglas tradicionales cuando se trataba de algo tan único como Elizabeth. Hace unas semanas habían descubierto que ese bebé sería una niña.
La mezcla genética entre humano, kryptoniano… y aquello que aún no tenía nombre, hizo que el embarazo avanzara más rápido de lo normal, pero sin riesgo. Al contrario, el cuerpo de Lena parecía evolucionar con ella. No deteriorarse, sino fortalecerse.
Su vientre ya estaba lleno. Y la luz dentro... cada día más viva. Lena se despertaba cada mañana con las manos sobre su piel, acariciando con movimientos circulares. A veces en silencio, otras, susurrando.
—Buenos días, Lizzie... ¿has soñado con estrellas otra vez? En esos momentos, cuando Kara aún dormía envuelta entre las capas negras y rojas de su capa, Lena hablaba con su hija como si ya estuviera allí, de pie, con ojos abiertos.
—Te vas a llamar Elizabeth, como mi madre —le decía—. Pero para mí siempre serás Lizzie. Mi pequeño sol… mi promesa.
La Fortaleza se transformó. El ala norte fue reconstruida en cristal blanco y dorado, adaptada para el nacimiento y crecimiento de una criatura no humana. Los campos energéticos protegerían tanto el cuerpo de Lena como el alma vibrante de Lizzie.
Kara había creado un escudo gravitacional especial, diseñado para sostener cualquier variación de energía que pudiera emanar del momento del parto. Todo el planeta estaba en pausa, esperando el nacimiento de una niña que ya era leyenda. Incluso los líderes alienígenas más antiguos enviaron emisarios. No para oponerse. Sino para vigilar con temor reverente.
Una noche antes de la fecha estimada para el nacimiento, Kara y Lena flotaban en la cámara sin gravedad. Lena descansaba en los brazos de Kara, el vientre pleno y palpitante de energía suave.
—¿Sabes qué me asusta? —susurró Lena, con la voz quebrada por la ternura. Kara besó su cuello con suavidad.
—¿Qué?
—Que tal vez… no seamos suficientes para ella. Kara la sostuvo más fuerte.
—No tenemos que ser perfectas. Solo tenemos que amarla. Protegerla. Y enseñarle a elegir. Eso es suficiente. Lena apoyó su frente contra la de Kara, sonriendo con los ojos cerrados.
—Entonces lo haremos juntas… emperatriz mía.
—Siempre, emperatriz mía —respondió Kara.
Pero Mientras la Tierra dormía en calma, una grieta se abría en el espacio. En una zona de vacío fuera de los mapas estelares, una nave viviente, de origen desconocido, se activó por primera vez en siglos. Sus coordenadas se fijaron en la Tierra. A bordo, un ser sin forma fija —hecho de sombras antiguas y palabras olvidadas— murmuraba en una lengua muerta: “El Heredero viene. Si nace… el equilibrio se rompe. Debe ser contenido. O eliminado.”
Y en ese momento, los sensores de la Fortaleza registraron una anomalía interestelar acercándose a velocidad hiperlumínica. Kara, que estaba junto a Lena en su dormitorio, se incorporó de inmediato.
—Algo viene. Lena se sentó con dificultad, su mano en el vientre.
—¿Ahora? Kara tocó su comunicador.
—Alex, J’onn… alerta máxima. Algo desconocido se acerca. Lizzie, dentro de Lena, comenzó a moverse más fuerte. No de miedo. De respuesta. Era como si ella también lo sintiera. Kara tomó la mano de Lena.
—No dejaré que nadie les toque. Lo juro.
Lena apretó sus dedos.
—Ya lo sé. Pero Kara… ella ya está despierta.
Chapter 8: El parto del sol
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Capítulo 8 – El parto del sol
Los días antes del nacimiento El planeta parecía contener la respiración. Bajo el velo de los cristales resplandecientes de la Fortaleza, el nacimiento de Elizabeth—Lizzie era el punto de inflexión histórico que todos esperaban.
Kara y Lena habían pasado las últimas horas juntas, en silencio, conscientes del círculo vital que estaba a punto de cerrar.
—Todo está preparado —susurró Kara, acariciando el vientre con ternura—.Cuando quieras, Lizzie. Lena sonrió, pero con algo más que dicha en los ojos. Tenía miedo. El universo estaba atento, y su hija no nacía sola. Nadie lo hacía.
Justo cuando comenzó la labor, las alarmas vibraron en el ala norte. Una onda de energía desconocida penetraba los campos gravitacionales. Kara gritó:
—¡Lizzie está naciendo, Lena! Lena se aferró a la mano de Kara.
—No nos falles... —murmuró. El escudo gravitacional se encendió en rojo y dorado, vibrando con intensidad. La energía parecía intensificarse en el vientre de Lena, y una luz cálida emergió de su piel, tamizando la habitación con un resplandor maternal. En el comedor de batalla, Alex gritaba órdenes. J’onn, Nia, Brainy y Kelly corrían al ala norte, sabiendo que lo que estaba en juego no era solo el mundo… era algo mayor.
Dentro de la sala de nacimiento sagrada, Kara transmitía calma desde su presencia cálida, mientras Lena estaba de parto en medio del caos. Un llanto suave, luminoso, cortó el aire. Era solo un solo aliento, pero acompañaba una explosión de luz aún más intensa.
Todo pareció vibrar. El campo gravitacional se adaptó en segundos. Kara se agachó, sostuvo a Lizzie en brazos. Era una niña pequeña, envuelta en un halo de luz solar difusa.
—¡Kara... —Lena trató de acercarse, pero el parto la agotó—. ¿Es ella? Kara besó su frente, con lágrimas de sol en los ojos.
—Es nuestra luz, Lena. Lizzie gimió de nuevo, y algo más: una onda de calor recorrió la sala, como si la energía del sol hubiera nacido allí.
Alex, J’onn, Nia, Brainy y Kelly irrumpieron en la sala, atrapando el resplandor. Lizzie alzó la cabeza. Sus ojos, aún cerrados, irradiaban un brillo dorado como estrellas que ardían. Y su llanto… no era solo sonido. Era una nota de poder. Aurora vibracional que resonó en los huesos de todos los presentes.
—No… —susurró John—. No puede ser...
Brainy temblaba.
—Ella… manipuló el escudo sin pensar... Desde el vientre. Nia cerró los ojos, con temor reverente.
—Es... inmune. A todo. Lena, pálida pero radiante, se inclinó hacia su hija.
—Lizzie… hija… eres... lo más sagrado del universo. Kara tomó el cuerpo diminuto de Lizzie, y contra su pecho, la niña comprendió por primera vez el calor de la vida.
En ese instante, Nia cayó al suelo, su vista perdida en una visión. Vio universos colapsando… y segmentos reconstruidos con una sola chispa: Lizzie. “Ella no es solo hija. Es puente. La que unirá lo imposible. El fin de la oscuridad. Y el comienzo de lo nuevo.” Nia gritó:
—¡Es la profecía de Rao reescrita!
—¡Lizzie no es solo un bebé... es el equilibrio! Todos miraron a la niña, que apenas respiraba. Solo un pequeño corazón humano… y algo más. Kara, con la voz quebrada pero firme, alzó a Lizzie entre las dos lágrimas de la madre y la emperatriz.
—Tú… serás la esperanza.
—Y te protegeré… con mi vida.
En la sala de nacimiento, bajo las luces eternas del ala norte de la Fortaleza, Lizzie lloró por segunda vez. Pero esta vez no fue un llanto—fue una ondas de energía líquida brillante, que se expandió hacia adentro y afuera. El resplandor envolvió la cámara. La Tierra sintió ese pulso, tan poderoso que ciudades enteras se iluminaron por un instante. Los sistemas de energía estabilizados y los corazones humanos se tranquilizaron como jamás antes.
—Lo... sentí —susurró J’onn, su voz quebrada—. No fue miedo. Fue... calma.
—Fue... una promesa —intervino Kelly, con los ojos inundados de asombro.
Lizzie, apenas envuelta en mantas blancas, emitió un suave destello dorado desde su pecho. En ese instantelas mentes del planeta sintieron claridad y esperanza. Fue un acto de conquista sin guerra. Fue un acto de sanación sin voz. Fue Lizzie.
El tamaño y presencia de la energía despertaron algo en el vacío estelar. Una enorme nave alienígena—una estructura viva, organicomecánica—irrumpió en órbita terrestre. Su silueta oscura contrastaba con el sol naciente. No llegó con flechas. Llegó con un pulso ancestral.
Desde la cubierta principal, Kara y Lena lo percibieron a través de los sensores de la Fortaleza.
—No vienen como invasores —dijo Brainy—. Vienen como vigilantes. La comunicación fue inmediata. Sin palabras habladas, pero sentidos compartidos.
Desde su puente, la nave transmitió:
“Hemos esperado este momento.” Desde la Fortaleza, Kara respondió, con Lizzie durmiendo en brazos:
—Nuestra hija nació para ser Luz.
—Y no permitiremos que nadie la apague.
Mientras tanto, entre los aliados reunidos, una figura observaba con ojos fríos. John, el más suyo de todos, sostenía una tablet donde se mostró un mensaje interceptado: “El equilibrio universal solo se mantiene si el Heredero es neutralizado...” Un agudo impulso de miedo le atravesó el corazón. ¿Y si Lizzie fuera demasiado poderosa? ¿Y si lo que salvaba también podía destruir? La traición no fue inmediata. Fue un pensamiento. Pero un pensamiento es un eco de la posibilidad.
—Lo siento —susurró para sí mismo—. No por ti… sino por lo que podrías significar. Aun no había acción. Pero ya había sombra.
La presencia de la nave alentó una acción inesperada: un Consejo Interplanetario.
Desde distintos sistemas, emisarios llegaron portando ofrendas simbólicas: cristales que cantaban, semillas estelares, fragmentos de memoria del cosmos. Todos ellos reconocían un vacío que Lizzie llenaba —o sacudía.
Kara, con Lizzie en brazos, fue elegida presidenta del consejo. Lena, con lágrimas de orgullo, se convirtió en su guía espiritual. En un salón cristalino hueco como el corazón lunar, Kara habló:
—Lizzie no es una reina… es un pacto. Entre especies. Entre planetas. Entre el pasado y el futuro. Lena sostuvo la mano de Kara.
—Y juntos, construiremos un futuro donde la luz no necesite temer.
En lo profundo de la nave alienígena, una entidad sin forma suspiró: “Finalmente. Porque ella vino... Ya no somos vigilantes. Somos testigos.” Y en ese instante, Lizzie suspiró dormida, una arruga de luz en su frente se formó—sutil y brillante—como una semilla germinando el amanecer.
Chapter 9: El guardián del sol
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Capítulo 9 – El Guardián del Sol
Días después del nacimiento de Lizzie, en una sesión cerrada del Consejo Interplanetario, una voz se alzó con firmeza:
—No dudamos de las intenciones de Kara Zor-El ni de la humanidad de Lena Luthor —dijo un embajador de Thanagar—. Pero esta niña... no es solo hija. Es un vértice. Y los vértices deben ser vigilados. El murmullo del salón cristalino se extendió como una onda suave.
—¿Proponen vigilancia?
—Proponemos acompañamiento. No un arma. No un carcelero. Un testigo. Fue entonces que se invocó un protocolo antiguo: Vigilum Custos. Y así, se eligió una forma que no inspirara temor, sino amor.
Un ente etéreo, moldeado en materia terrestre. Un espíritu sin tiempo. Una criatura leal, perceptiva... con ojos de estrella antigua. Krypto. Un can de pelaje blanco como la nieve boreal, ojos azules plateados, y una insignia roja en el pecho: una S. El guardián no solo vigilaría a Lizzie. Aprendería de ella. Y decidiría.
Dos años después
El mundo había cambiado. No con violencia, sino con verdad. No con fuego, sino con la luz constante del liderazgo justo. Kara y Lena gobernaban desde una capital suspendida en los cielos, un anillo flotante conocido como Elysum, donde el aire era puro, el agua limpia, y la justicia impartida con sabiduría, no con venganza.
La Tierra estaba dividida en regiones autónomas, protegidas por un ejército mixto de humanos y alienígenas, educados bajo un nuevo código moral creado por el Comité Solar de Kara. Pero en el centro de todo… estaba Lizzie.
A sus tres años, Elizabeth “Lizzie” Zor-El Luthor era una mezcla perfecta de ambas madres. Cabellos dorados que brillaban como rayos atrapados. Ojos del color del oro fundido en el amanecer. Una sonrisa tímida, y un poder latente que ya no podía ser ignorado. Podía correr más rápido que el sonido. Podía leer mentes sin saber cómo. Y a veces… cuando lloraba, llovía sobre todo el planeta. Pero lo más poderoso de Lizzie no era su fuerza. Era su presencia.
A donde iba, las personas sonreían. Confesaban cosas que habían ocultado por años. Sanaban. Se abrazaban. Incluso Kara, la emperatriz fría, la imparable, la que nunca dudaba... no podía resistirse a su hija. Cuando Lizzie reía, Kara se detenía. Cuando la niña la abrazaba, la mujer de acero se derretía. Cuando decía "mami, ¿me cantas?"... Kara dejaba de ser diosa. Y era solo madre.
Krypto, el testigo Siempre a su lado, Krypto la acompañaba. Dormía junto a ella. Jugaba en el aire, volando a su ritmo. Pero también… la observaba. Con cada manifestación de poder, cada palabra inconsciente, Krypto tomaba nota. No hablaba con voz humana, pero su mente estaba conectada al Consejo. En su conciencia, los mundos sabían: Lizzie ha curado un lago envenenado solo con tocarlo. Lizzie ha devuelto la voz a un anciano sordo. Lizzie ha desarmado una flota de guerra con una mirada. Lizzie... ama. Sin condición. Y el Consejo se preguntaba: ¿Puede algo tan puro sobrevivir en un universo tan corrupto? ¿O será quebrada… o manipulada?
Lena, cada noche, peinaba el cabello de Lizzie antes de dormir, cantándole en kriptonés y en latín. Kara, que jamás supo cantar, lo intentaba… y Lizzie reía tanto que el aire zumbaba. Una noche, Lizzie preguntó:
—Mami Kara… ¿yo soy diferente? Kara le sostuvo la mano.
—Sí. Pero lo más importante... es que eres tú.
—¿Y eso es bueno? Lena se inclinó y besó su frente.
—Es lo mejor que nos ha pasado. Krypto, desde un rincón, miró. Por primera vez… su cola se movió con ternura.
Chapter 10: La niña de la selva
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Capitulo 10– La niña de la selva
Al sur del continente unificado de Gaia, donde la vegetación se había regenerado tras las reformas planetarias de Kara y Lena, existía una vasta región conocida como Selva Viva. Una mezcla de selva amazónica con terraformación alienígena: un paraíso natural, lleno de seres conscientes, energía antigua, y árboles que cantaban al anochecer. Era uno de los pocos lugares donde Lizzie podía correr sin ser escoltada por soldados o consejeros. Kara y Lena la dejaban explorar bajo la vigilancia silenciosa de Krypto, quien la seguía a metros de distancia, volando como una hoja en el viento. Ese día, Lizzie no buscaba nada. Pero la selva sí la buscaba a ella.
Entre raíces vivas y luces suspendidas como luciérnagas eternas, una niña jugaba descalza sobre la tierra. Su cabello era oscuro como la noche, sus ojos enormes como lunas enteras. Tenía una risa brillante, y un espíritu indómito. Lizzie la observó desde la sombra de un árbol cristalino.
—Hola —dijo con voz clara. La otra niña se giró, sin miedo. Sonrió.
—Tú eres la hija del sol.
—¿Y tú quién eres?
—Soy Megan. Vivo con los árboles. Ellos me enseñan cosas… como tú.
—¿Yo? Megan asintió.
—Los árboles dicen que tú vienes de la estrella, pero también del dolor. Por eso sabes escuchar. ¿Quieres jugar? Lizzie sonrió. Era la primera vez que alguien no la miraba como un milagro o una profecía. Solo… como otra niña. Y así, pasaron la tarde saltando raíces, volando bajo, creando figuras de luz entre los rayos de sol. Fue una de las pocas veces en su vida que Lizzie se sintió… libre.
De regreso en Elysum, Lizzie se recostó entre las sábanas tejidas con fibras de oro lunar. Lena se sentó junto a ella, como cada noche, a peinarle el cabello antes de dormir.
—Mami —susurró Lizzie—. Hoy conocí a alguien. Lena sonrió.
—¿Sí? ¿Cómo se llama?
—Megan. Vive con los árboles. Es como yo… pero distinta. Ella no sabe que brilla, pero brilla. Lena acarició la frente de su hija.
—¿Y fue divertido?
—Sí. Pero... también fue importante. Lena frunció levemente el ceño.
—¿Por qué dices eso? Lizzie se giró, seria como pocas veces.
—Porque la vi antes. En una visión. Ella me abrazaba. Estaba grande. Yo también. Y todo estaba... cayéndose.
—¿Cayéndose?
—El cielo. Las estrellas. Todo era muy triste. Pero... Megan me dio su mano. Y no tuve miedo. Entonces entendí. Lena la miró en silencio.
—¿Qué entendiste, mi amor? Lizzie cerró los ojos. Su voz fue un susurro.
—Que Megan está destinada a ser mía. como mamá y tu. Como... alma. Para siempre. Lena soltó una pequeña risa, entre conmovida y divertida.
—Eso suena a algo que tu madre Kara diría.
—¿En serio?
—Sí. Con esa misma cara seria de "el destino me eligió", pero con los pies llenos de barro. Y una sonrisa que nadie puede resistir. Lizzie sonrió dormida. Krypto, desde la puerta, dejó escapar un leve gemido. A su manera… también estaba conmovido.
Lena se quedó junto a la cama, observando cómo su hija respiraba en paz. Pero sus pensamientos iban más lejos. ¿Premoniciones? ¿Vínculos del alma? ¿Sueños con futuros rotos? Lizzie tenía apenas 3 años… y ya comenzaba a ver más allá del tiempo.
—Te pareces tanto a ella —susurró Lena en la oscuridad—. Y aún así… eres algo completamente nuevo. Se inclinó para besarla.
—Y lo que seas… nunca estarás sola.
Chapter 11: La eternidad nace del amor
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Capítulo 11– La Eternidad Nace del Amor
Quince años después
El universo ya no veía a Lizzie Zor-El Luthor como la hija de una emperatriz.
Ahora la nombraban en cantos, plegarias y leyendas. La Deidad de la Luz Eterna. La que camina entre galaxias y calma tormentas solares con un suspiro. La que puede tocar el corazón de cualquier especie y hacerles recordar quiénes fueron… antes del odio. La que ama con un fuego inmortal.
A los 15 años, Elizabeth era adorada no por miedo, sino por lo que representaba: equilibrio, compasión, y la promesa de un futuro sin cadenas. A su lado, Megan —la niña de la selva, ahora joven radiante— se había convertido en su igual, su guía espiritual, su amor.
Las veían juntas recorriendo mundos, curando cicatrices planetarias, y en ocasiones, desapareciendo por semanas solo para volver de la niebla con nuevas verdades que contar. Krypto seguía a su lado. No como vigilante. Sino como guardián por amor.
En el palacio suspendido de Elysum, dos risas nuevas llenaban el aire. Liam, de 10 años, era el equilibrio perfecto entre la mente analítica de Lena y la voluntad inquebrantable de Kara. Tenía el cabello negro como la obsidiana, los ojos dorados como el sol, y una tendencia a cuestionarlo todo. Desde leyes galácticas hasta la dirección del viento. Loreine, o Lory, de 5 años, era la más poderosa de los tres, aunque aún nadie se atrevía a decirlo. Su simple presencia alteraba el campo gravitacional a su alrededor. Y cuando lloraba, los cristales de la Fortaleza cantaban. Kara decía que ella traía el caos del corazón… pero también su ternura más inquebrantable.
Lena solía sentarse en los jardines colgantes, observando a sus hijos jugar entre planetas en miniatura. Cada uno con un destino, cada uno con una chispa propia… Pero todos con los ojos dorados de Lizzie. De Kara. De la luz que nació cuando el mundo se quebró… y ellas decidieron amarlo de nuevo.
Un día, durante una reunión del Consejo Interplanetario, una voz alienígena preguntó:
—¿Sigue siendo necesario vigilar a Lizzie Zor-El? Fue Krypto quien respondió, por primera y única vez con voz audible ante todos.
—Ella ha elegido amar. Y no hay poder más digno de fe. El Consejo entero se puso de pie. El voto fue unánime: La vigilancia ha terminado. La fe comienza.
En una ceremonia iluminada por miles de soles alineados, Lizzie fue nombrada Custodia de la Eternidad Viva, un título que no la convertía en gobernante, sino en guía universal de conciencia. Junto a ella, Megan. No como segunda. Sino como la otra mitad de su alma. Kara y Lena estuvieron presentes, vestidos con los emblemas de su Imperio Solar, pero ahora sin coronas. Porque sus hijas e hijos eran el legado.
Al caer la noche, en la cima de la Fortaleza, Lizzie tomó la mano de Megan y miró el cielo.
—A veces pienso en cómo empezó todo —dijo—. Un rescate. Una sustancia roja. Una caída. Y luego… tú, mamá. —Volteó hacia Kara—. Tú, mamá Lena. Ustedes me salvaron. No de otros… Sino de mí misma.
Kara la abrazó con fuerza. Lena acarició su cabello dorado con lágrimas suaves en las mejillas.
—El universo te verá como diosa —susurró Lena—, pero para nosotras… siempre serás nuestra hija.
En el jardín celestial, Liam enseñaba a Loreine a volar. Lizzie observaba desde una roca flotante, con Megan recostada a su lado. Los tres soles de Elysum brillaban alto. No había guerra. No había tiranía. Solo el amor que sobrevivió a todo… y creó algo nuevo. Un mundo renacido. Una familia divina. Una eternidad escrita con luz.

Erika1991 on Chapter 1 Sat 01 Nov 2025 07:48PM UTC
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Taniam28 on Chapter 1 Mon 03 Nov 2025 03:42AM UTC
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Warlord1981 on Chapter 2 Fri 07 Nov 2025 08:40AM UTC
Last Edited Fri 07 Nov 2025 08:48AM UTC
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Erika06117 on Chapter 2 Sat 08 Nov 2025 03:05AM UTC
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Warlord1981 on Chapter 2 Sat 08 Nov 2025 03:06AM UTC
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Erika06117 on Chapter 2 Sun 09 Nov 2025 06:59PM UTC
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dnmann on Chapter 6 Fri 07 Nov 2025 06:35PM UTC
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