Actions

Work Header

Thronebound

Summary:

Las luces la golpeaban con una intensidad casi cruel. Ardían sobre su piel, sobre sus ojos, sobre cada rincón vulnerable que intentaba esconder. Respiró hondo, pero el aire no le alcanzó; sentía el pecho apretado, como si toda la sala la estuviera mirando con la misma pregunta que ella llevaba cargando meses.

Intentó mantener las manos quietas sobre su regazo, para que el hombre sentado frente a ella no notara su nerviosismo. Forzó su postura a permanecer serena, aunque cada segundo se sentía más expuesta.

Dios… quería que todo terminara.

—Princesa Ochako.

Su nombre la hizo alzar la vista, aunque sus ojos brillaban más de lo que deberían.

—¿Usted considera que la razón del fracaso de su matrimonio fue por el Maestro de Ceremonias Real, Bakugo Katsuki?

Por un instante, Ochako no respondió. Fue apenas un segundo… pero suficiente para que cualquiera viera la grieta.

Su garganta se cerró, tragó saliva, y aun así, la voz le salió baja, frágil.

—Bueno… —respiró, como quien intenta sostenerse en un hilo—. En este matrimonio… somos tres.

Sus labios se curvaron en una sonrisa pequeña, rota, que no llegó a sus ojos.

—Es una gran multitud.

Notes:

(See the end of the work for notes.)

Chapter 1: Silencios.

Chapter Text

Odiaba lo largos que eran los pasillos del palacio.

A veces se preguntaba por qué demonios debían vivir en un lugar tan grande, tan frío y tan lleno de ecos. Él sería mucho más feliz en una casa pequeña entre las montañas, con su madre y su hermano a su lado, respirando ese aire fresco que casi prometía libertad.

Pero no estaba en las montañas.

Estaba corriendo entre columnas de mármol, cuidando de no tropezar con los sirvientes que se inclinaban al verlo pasar. Aunque deseaba huir y acurrucarse con su madre como cuando era niño, había algo más urgente. Algo más importante que cualquier protocolo.

Y nadie, absolutamente nadie, iba a impedirle llegar a ella.

Cuando alcanzó la gran puerta de madera, se detuvo. Tomó aire varias veces, intentando calmar su corazón desbocado. Se pasó una mano por el cabello, intentando domar los mechones rebeldes que la carrera había levantado.

Dudó.

No debería estar ahí.
Debería estar en la reunión del Consejo junto a su hermano, tal como su padre le había indicado.

Pero si no venía por su madre…
Las consecuencias caerían sobre ella.
El palacio siempre era más duro cuando se trataba de ella.

Y él no iba a permitirlo.

Golpeó tres veces. Firmes. Decididos.
La puerta cedió con suavidad, como si incluso la madera supiera que no debía detenerlo.

—Su Alteza Real… —susurró la mujer de cabello azabache que abrió, inclinándose de inmediato.

—¿Quién es, Kyoka? —preguntó otra voz femenina, temblorosa.

Una figura de cabello rosado se acercó con pasos apresurados.

Kyoka se giró apenas.
—Es el príncipe Itsuki, Mina.

Mina parpadeó sorprendida, pero alzó la barbilla para mantener la compostura.
—¿Sucede algo, Su Alteza?

Itsuki no perdió tiempo.

—¿Dónde está mi mamá? —preguntó, tratando de mirar por encima de ambas.

Kyoka intercambió una mirada silenciosa con Mina.
—La princesa Ochako se encuentra indispuesta, Su Alteza. No tardará en salir.

Itsuki apretó los labios.

Odiaba usar su título.
Odiaba la forma en que la gente se tensaba al escucharlo.
Pero había situaciones que lo exigían… y esta era una de ellas.

—Quiero entrar —ordenó.

Tajante. Irrefutable.

Las dos mujeres palidecieron, pero se hicieron a un lado.
Itsuki avanzó sin titubear.

Dentro de la habitación, el ambiente estaba cargado, húmedo, como si alguien hubiera estado llorando demasiado tiempo. Las cortinas apenas dejaban entrar la luz, y el silencio era tan espeso que casi dolía.

Mina caminó rápido hacia la puerta del baño y tocó con suavidad.

—Princesa Ochako… —dijo con un nudo en la voz—. El príncipe Itsuki está aquí.

Dentro del baño no se escuchaba nada.

Ni un suspiro.
Ni un movimiento.
Ni siquiera el temblor característico que Ochako tenía cuando intentaba calmarse después de llorar.

Itsuki sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

Mina tragó saliva y volvió a tocar, más fuerte esta vez.

—Princesa… él está preocupado.

Silencio.

Kyoka, detrás de Itsuki, entrelazó las manos con inquietud contenida.

Y entonces, casi ahogada entre la madera y el mundo, llegó una respuesta débil:

—No debería estar aquí…

Itsuki sintió cómo algo se le comprimía en el pecho.
Era su voz, sí… pero sin luz. Rota. Vacía. Arrastrándose, como si cada palabra le costara demasiado.

—Mamá —dijo él, acercándose a la puerta—. Soy yo.

Del otro lado, un pequeño movimiento.
Un roce. Un jadeo entrecortado, como si Ochako hubiera olvidado respirar.

—Itsuki… —su nombre salió temblando, como si llevara horas conteniéndolo—. Tienes una reunión. Deberías estar con tu padre.

—Lo sé… pero ya vas tarde, mamá. Están empezando a preguntar por ti.

Otra pausa.
Espesa.
Dolorosa.

—Papá está buscándote —añadió Itsuki, más inquieto.

El aire pareció detenerse.

Y entonces, lentamente, la cerradura hizo un clic.

La puerta se abrió apenas unos centímetros.
Solo lo necesario para que la luz revelara parte de su rostro.

El maquillaje corrido.
Las mejillas húmedas.
Los ojos rojos y vidriosos.
Y en su mano izquierda, un collar de perlas… roto, como si se lo hubiera arrancado del cuello.

—Itsuki… —susurró, y su voz se quebró por completo.

Itsuki no dudó y la abrazó.

Ochako apoyó la mejilla en el cabello de su hijo y dejó escapar un sollozo ahogado, aferrándose a él como si fuera lo único que seguía defendiéndola del mundo.

—Perdóname… —murmuró, hundiendo los dedos en la tela de su chaqueta—. No quería que me vieras así.

—No tienes que disculparte conmigo, mamá —dijo él, apretándola más.

Kyoka le hizo una señal a Mina para que se retiraran y dejaran privacidad a la familia. Apenas avanzaron hacia la puerta, algo las detuvo:

Tres golpes firmes.

La voz del príncipe consorte atravesó la habitación.

—Mina. Kyoka. ¿Dónde está mi esposa?

No era un grito.
Ni una orden agresiva.
Pero la autoridad era innegable.

Itsuki se tensó bajo el abrazo de su madre.
Ochako lo sintió… y, con suavidad, se separó de él.

Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano.
Su respiración aún temblaba… pero su expresión cambió.

De vulnerable a impenetrable.
De herida a digna.
La máscara que el palacio le exigía colocarse.

—Abran la puerta —susurró.

Kyoka obedeció al instante. Se hizo a un lado junto a Mina y ambas inclinaron la cabeza cuando Izuku entró.

Los ojos verdes del hombre recorrieron la habitación, evaluando cada cosa dentro de la habitación antes de posarse en ellos.

—Te dije que te quedaras con tu hermano, Itsuki —no sonó hostil, pero la molestia era evidente.

—Él solo vino a buscarme, Izuku —respondió Ochako con firmeza, sujetando los hombros de su hijo.
Su voz, aunque quebrada, recuperaba la dignidad de una princesa consorte.

Izuku se acercó un paso.
Luego otro.
Sereno… demasiado sereno.

—Bien —dijo con voz suave, limpia, sin rastro de enojo… y por eso mismo aterradora—. Creo que… todos necesitan un poco de aire.

Miró brevemente a Mina. Una mirada que no era una orden, pero se sentía como una invitación inevitable.

Mina asintió de inmediato.
—Hey, Itsuki —murmuró, casi en un susurro amable—. Vamos afuera, ¿sí? Jiro y yo… te necesitamos un segundo.

Jiro captó la intención sin preguntar. Se acercó despacio, con esa delicadeza que solo usaba cuando alguien estaba a punto de romperse.

Itsuki abrió la boca para protestar.

Pero Izuku levantó apenas una mano.

No agresivamente.
Solo con esa autoridad tranquila que derribaba cualquier resistencia.

Itsuki sintió el golpe directo al orgullo. Y a algo más profundo.

Bajó la mirada y dejó que Mina y Jiro lo guiaran hacia afuera, aunque su cuerpo se resistiera con cada paso.

Solo cuando todos estuvieron fuera, Izuku habló.

—Ochako —dijo, sin quitarle la vista de encima—. Quédate.

La morena se tensó.
No sabía si debía sentirse aliviada, nerviosa o avergonzada. Probablemente todo a la vez.

Izuku caminó hacia la puerta.

Afuera, Mina se llevó un dedo a los labios para que nadie dijera nada.
Itsuki, con los ojos clavados en el suelo, parecía contener una mezcla de furia y vergüenza.

Izuku tomó ambas manijas… pero antes de cerrar, dirigió una última mirada al chico.

No desafiante.
No acusadora.
Solo… profundamente consciente.

Como si hubiese visto algo que Itsuki aún no estaba listo para admitir.

Y entonces, despacio, pero con una precisión que heló a quienes lo observaban, Izuku cerró las puertas.

El clic final resonó como un corte limpio.