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La madrugada del 25 de agosto amaneció lentamente sobre Mónaco, como si el mundo entero quisiera estirarse antes de abrir los ojos. El cielo aún estaba teñido de un azul profundo, con apenas un resplandor dorado insinuándose en el horizonte. Afuera, el mar golpeaba con un ritmo suave, casi somnoliento, y cada ola parecía arrastrar consigo un suspiro antiguo. El viento traía consigo un olor a sal y a algo viejo, a madera húmeda, como si la ciudad entera guardara secretos en cada rincón.
Pero dentro de la habitación que compartían ocasionalmente, cuando el caos del calendario les daba tregua, el aire era distinto. Más dulce, más tibio, más íntimo. Era el olor de Ollie, impregnando cada fibra de las sábanas, cada rincón del colchón, cada partícula suspendida en el aire. Ese aroma que Kimi siempre reconocía incluso dormido, que lo calmaba, que lo hacía sentir en casa.
Ollie llevaba despierto más de media hora, sentado contra el cabecero de la cama con una manta sobre los hombros. El tejido le cubría hasta las rodillas, pero no lograba contener el leve temblor que recorría su cuerpo, mezcla de la brisa que entraba por la ventana y de la emoción que lo mantenía alerta. Sus ojos estaban fijos en la figura que descansaba a su lado. Mirando a Kimi. Su Kimi.
El alfa dormía boca abajo, con el rostro hundido en la almohada y el cabello desordenado cayendo sobre la frente. Su respiración era profunda, acompasada, y cada movimiento de su espalda al subir y bajar le recordaba la calma que se podían permitir ese día.
Diecinueve. Cumplía diecinueve. Y Ollie lo miraba con una ternura que casi le dolía, como si cada segundo que pasaba junto a él fuera un regalo demasiado grande para caber en sus manos. Había algo en esa quietud, en esa forma de dormir con el cuerpo abierto, confiado, que le arrancaba un nudo en el pecho. El omega se inclinó un poco más, dejando que la manta se deslizara por su hombro, y acarició con la mirada la curva de su espalda, la línea de su brazo, el gesto inconsciente de sus dedos buscando compañía en la sábana.
Ollie sonrió. Una sonrisa pequeña, íntima, que no necesitaba testigos. Una sonrisa que era al mismo tiempo alivio y desgarro, porque amar a alguien con tanta fuerza podía doler. Dolía en lo profundo, en ese lugar donde la ternura se mezclaba con el miedo de perderlo, con la certeza de que cada instante debía ser atesorado.
Y allí, en ese momento lento, con el mar golpeando a lo lejos y el mundo aún dormido, Ollie supo que no había nada más importante que ese momento. Que mirar a Kimi, verlo respirar, verlo cumplir años en silencio, era suficiente para llenar todo su universo.
—No puede ser legal —susurró, inclinándose un poco para apartar con cuidado un mechón rizado que se le había quedado pegado a la frente— que alguien sea tan… adorable cuando duerme.
Kimi gruñó suavemente, ese gruñido que Ollie ya conocía tan bien, el que significaba no te vayas lejos. Ni siquiera abrió los ojos: solo buscó a tientas, encontró la muñeca de Ollie y tiró de ella hasta que el omega quedó encajado de nuevo a su lado, dejándose acomodar por su novio en su día especial.
—Feliz cumpleaños —murmuró, dejando que su frente tocara la del italiano—. Aunque aún no estés despierto del todo.
—Estoy despierto —respondió entre un gruñidito y un suspiro satisfecho. Solo después de otro momento, pestañeó lento, enfocando por fin—. ¿Hmm…? Ollie…
—Sí, soy yo —dijo él, riendo bajito.
Y el cambio fue inmediato: el cuerpo de Kimi se tensó un segundo, como si algo en su instinto se encendiera, y después lo abrazó con una fuerza cálida, envolvente, enterrando la nariz contra su cuello, buscando la fuente de las cerezas que flotaban en el aire, queriendo besarlo justo allí.
—Ollie… —murmuró, más despierto, más consciente—. Es mi cumpleaños.
—Ya lo sé.
—Y tú eres… tú estás… —Kimi levantó la cabeza, ojos entrecerrados, voz ronca—. ¿Me estás mirando mientras duermo?
—Tal vez —admitió, con esa sonrisa pequeña que siempre conseguía deshacerle algo en el pecho a Kimi—. Es tu cumpleaños. Quería ser el primero en darte cariño.
—Me encanta cuando haces eso… —susurró el alfa, y sin esperar más lo arrastró encima de él, dejando que el omega quedara recostado sobre su torso—. Eres la mejor manera de despertarme.
Ollie rió, apenas un soplo contra su clavícula.
—Tenía un plan, ¿sabes? Iba a prepararte el desayuno con los chicos, poner una notita romántica, hacer las cosas bien…
—Así está mejor —la voz de Kimi salió baja, contenta, casi ronroneada—. Tú primero. El resto después.
El británico se enrojeció, pero no se apartó, no cuando los brazos del alfa lo rodearon como si no pensaran soltarlo jamás. Y así pasaron un rato largo, un rato tierno, cálido, lleno de caricias suaves y besos lentos que parecían derretir el tiempo. No había prisa, no existía el paddock, no existían los horarios. Solo ellos dos, respirando el mismo aire, encajando como piezas que por fin recordaban que habían nacido para eso.
Finalmente, cuando el hambre y la lógica empezaron a reclamar presencia, Ollie se separó un poquito—no mucho, jamás mucho—y le acarició la mejilla.
—Tengo cosas preparadas para hoy —anunció con una emoción que no logró ocultar—. Y la manada también.
—No necesito nada —jadeó suave Kimi, aún aferrándolo por la cintura—. Solo te quiero a ti.
—Pues me vas a tener todo el día —respondió Ollie, besándole la punta de la nariz—. Pero al menos deja que los demás te celebren un poco.
Kimi soltó un suspiro resignado, pero el brillo contento en sus ojos lo delataba. Dejó caer la cabeza hacia atrás sobre la almohada, exhalando despacio, como si estuviera negociando consigo mismo. Sus dedos seguían aferrados a la camiseta de Ollie, arrugada entre sus manos, incapaces —o reacios— a soltarlo.
—Vale… —dijo al fin, con voz perezosa—. Bajamos pronto.
Ollie arqueó una ceja, con esa expresión que siempre significaba esa frase viene con condiciones.
—¿Pronto-pronto o pronto según tu concepto de tiempo?
Kimi abrió un ojo, mirándolo de reojo, y una sonrisa lenta, peligrosa, le curvó los labios.
—Pronto… después de que me des más mimos.
—Kimi —protestó Ollie, aunque ya estaba inclinándose otra vez sobre él—. La manada está esperando seguramente. Te van a venir a buscar si tardamos demasiado.
—Que esperen —respondió sin ningún remordimiento—. Es mi cumpleaños. Y en cinco minutos voy a ser un cumpleañero rodeado de gente, abrazos, ruido, bromas… —sus manos subieron por la espalda del omega, firmes, cálidas—. Déjame ser solo tuyo un poco más.
Ollie lo miró en silencio durante un segundo largo. Vio el deseo sincero en sus ojos, sí, pero también algo más suave: la necesidad tranquila de quedarse un momento en ese espacio íntimo antes de abrir la puerta al mundo.
—Eres un aprovechado —murmuró al final, inclinándose para besarlo.
—Y tú me consientes —respondió Kimi contra sus labios.
El beso empezó lento, dulce, casi perezoso, pero pronto se volvió más profundo, más cargado de intención. Ollie se acomodó mejor sobre él, apoyando las rodillas a ambos lados de sus caderas, y Kimi dejó escapar un suspiro grave cuando el aroma a cerezas se intensificó alrededor de ellos.
—Amore… —dijo entre besos—. Hueles demasiado bien.
—Eso dices siempre.
—Porque siempre es verdad.
Las manos del alfa subieron por debajo de la camiseta del omega, explorando piel caliente, marcando territorio con caricias largas y deliberadas. No había prisa, pero sí intención: el deseo tranquilo de dejar su rastro, de envolverlo en hierbabuena hasta que no quedara duda de a quién pertenecía ese cuerpo que se arqueaba suavemente bajo sus manos.
Ollie rió entre dientes cuando Kimi enterró la nariz en su cuello de nuevo.
—Estás… —jadeó—. Estás exagerando.
—No —negó Kimi, dejando un beso lento justo bajo su mandíbula—. Te estoy reclamando.
—¿Ah, sí?
—Mucho.
Y como si quisiera subrayarlo, dejó otra marca, luego otra más, pequeñas, cuidadas, repartidas por el cuello del omega como si estuviera firmando algo que ambos conocían de memoria. Ollie se estremeció, entre risas suaves y un suspiro que no logró contener.
—La manada va a notarlo —murmuró.
—Que lo noten —respondió Kimi, con una sonrisa ladeada—. Que sepan que eres mío.
—Siempre lo saben —replicó, llevando una mano al cabello del alfa—. Igual que yo sé que tú eres mío. Pero me da palo aguantar las bromas de Dino y Franco sobre cómo mi cuello parece un juguete mordedor.
Su novio alzó la mirada, encontrándose con la de él, y algo se suavizó aún más en su expresión a pesar de la diversión en sus ojos.
—Entonces quédate —dijo, bajito—. Dame estos minutos. Después salgo, sonrío, celebro… pero ahora…
Ollie se inclinó y apoyó la frente contra la suya, respirando hondo, dejando que el olor a hierbabuena se mezclara con el suyo hasta que ya no hubiera fronteras claras.
—Cinco minutos más —concedió—. Pero solo porque cumples diecinueve.
—Voy a cumplir años todos los días, entonces.
—No seas tramposo.
—Soy un alfa desesperado con un omega lindo en la cama —respondió, con una sonrisa descarada—. Es parte del trabajo.
Ollie se rió, negando con la cabeza, y volvió a besarlo, lento, profundo, dejando que el tiempo se estirara un poco más.
Cuando por fin bajaron a la sala común, el olor del nido ya los envolvía incluso antes de entrar: pan dulce, café, las fragancias particulares de la manada mezcladas en un abrazo aromático que hacía imposible no sonreír.
—¡Feliz cumpleaños, Kimi! —gritó Franco desde el sofá, lanzándole un cojín decorativo que Ollie atrapó a medio aire.
El proyectil cayó en sus manos con un golpe suave, y la risa estalló casi de inmediato en la sala común, como si hubiera estado contenida esperando justo ese momento. Kimi rió también, todavía con el cabello algo revuelto y esa expresión tranquila, luminosa, que solo se le veía cuando estaba verdaderamente a gusto. El nido estaba despierto del todo ahora: la luz del día se colaba a raudales por los ventanales, el mar seguía brillando a lo lejos, y el aire estaba cargado de aromas familiares que se entrelazaban sin invadir, formando ese equilibrio tan suyo.
—Ey, eso iba a mi cara —protestó Kimi, aunque sonreía mientras hablaba.
—Era un ataque de amor —replicó el argentino sin ningún pudor, levantándose para ir directo hacia él.
Antes de que pudiera decir nada más, Franco ya lo estaba abrazando con entusiasmo exagerado, casi teatral, apoyando todo su peso sobre él durante medio segundo de más.
—Cuidado —rió Kimi, rodeándolo con un brazo—. Me vas a tumbar antes de desayunar.
—Eso sería trágico —intervino Jack desde la mesa, taza en mano—. Hemos sobrevivido demasiado para perderte ahora. Feliz cumple, Kimi.
Uno a uno fueron acercándose. Dino le dio una palmada cariñosa en el hombro, Logan le dedicó una sonrisa tranquila y un “diecinueve ya, eh”, cargado de ese tono entre orgullo y complicidad, y hasta Liam, medio dormido como era lo habitual, le dio un saludo suave, sincero.
Ollie se quedó un poco al margen al principio, observando la escena con una sonrisa que no lograba ocultar. Le gustaba verlo así, rodeado, querido, cómodo en su propio espacio. Le gustaba cómo Kimi se movía entre ellos sin esfuerzo, cómo su presencia no imponía, sino que acogía.
—Vale, vale —dijo Kimi al final, alzando las manos—. Si seguís así, voy a acabar oliendo más a vosotros que a mí mismo.
—Eso es imposible —bromeó Dino—. Tu olor es persistente. Casi ofensivo.
—Oye —replicó, fingiendo indignación—. Es un aroma elegante.
Las risas volvieron a llenar la sala mientras se acomodaban alrededor de la mesa baja. Había comida por todas partes: bollería, fruta, café recién hecho, algo que claramente alguien había intentado hornear con más cariño que técnica. Ollie se sentó junto a Kimi, pegado a su costado, y el alfa apoyó el hombro contra el suyo sin siquiera pensarlo, como si fuera el gesto más natural del mundo.
—Esto está quemado —comentó Gabriel, mirando un trozo de pastel con sospecha.
—Eso es caramelizado —corrigió Jack—. Muy distinto.
—Es carbón —insistió el brasileño, pero se lo comió igual.
Kimi observaba todo con una sonrisa constante, pequeña pero firme, esa que no se le borraba ni siquiera cuando el ruido subía o cuando alguien decía alguna tontería. En algún momento, Ollie notó cómo le entrelazaba los dedos bajo la mesa, un gesto discreto, íntimo, que nadie más parecía notar, aunque no les hubiera molestado. Le apretó la mano de vuelta, pulgar contra pulgar, compartiendo ese silencio cómodo en medio del caos suave de la celebración.
—¿Te lo estás pasando bien? —le murmuró Ollie, inclinado hacia él.
Kimi asintió, mirándolo de reojo, ojos brillantes.
—Mucho. —Hizo una pausa, respiró hondo, como si quisiera grabar ese momento en la memoria—. Me gusta que estén todos aquí. Y me gustas tú.
Ollie sonrió, bajando la mirada un segundo antes de apoyarse un poco más en él.
—Es tu día. Te lo mereces.
—Te quiero.
—Yo también te quiero.
Hubo brindis improvisados con café, bromas sobre la edad —“diecinueve no es nada”, “diecinueve es peligroso”, “diecinueve y ya mandando”— y algún que otro comentario sobre lo evidente que era que Ollie y Kimi habían tardado más de la cuenta en bajar. Kimi solo se limitó a sonreír, divertido, sin negar nada, pasando un brazo por la espalda del omega cuando las miradas se volvían demasiado cómplices.
En algún momento, cuando el ruido bajó y la charla se volvió más dispersa, Kimi se recostó un poco más contra Ollie, apoyando la cabeza en su hombro. El británico le besó el cabello con naturalidad, aspirando despacio, reconociendo ese aroma fresco que ya era tan suyo.
—Gracias —dijo Kimi de pronto, en voz baja, sin dirigirse a nadie en concreto.
Pero todos sabían que era por todo lo que habían hecho. Por celebrarle.
La tarde se fue posando sobre el nido común con una lentitud amable, como si también ella quisiera quedarse un rato más. El sol entraba ya más bajo por los ventanales, tiñendo el suelo de tonos dorados y anaranjados, y el mar, visible a lo lejos, parecía una lámina tranquila que respiraba al mismo ritmo que ellos. El calor era suave, extrañamente soportable para las fechas, y alguien había abierto un poco más las ventanas para dejar entrar la brisa salada que se mezclaba con los aromas de la manada, entrelazados sin prisas.
Estaban repartidos por la sala de cualquier manera menos ordenada: cojines en el suelo, sofás ocupados de forma caótica, alguna espalda apoyada contra la pared. Kimi estaba sentado en el sofá grande, con las piernas ligeramente abiertas, y Ollie prácticamente encajado entre ellas, de lado, la espalda apoyada contra su pecho. El brazo del alfa rodeaba su cintura con naturalidad, la mano descansando sobre su cadera como si ese fuera su sitio desde siempre. Y Ollie, lejos de protestar, se dejaba querer, apoyando la cabeza en su clavícula, jugando distraídamente con los dedos de Kimi.
—Os juro que si os veo más pegados vais a acabar fusionándoos —comentó Liam desde el sillón individual, con una sonrisa ladeada—. Y luego nos tocará explicar a prensa por qué hay un solo piloto donde antes había dos.
—Eso optimiza recursos —respondió Isack con total seriedad fingida—. Un coche, dos cerebros, cero problemas.
—Cero problemas dice —rió Dino desde el suelo, donde estaba estirado boca arriba—. El problema sería separarles después.
Kimi bajó la barbilla y apoyó la mejilla sobre el cabello de Ollie, aspirando despacio, sin ningún pudor.
—No veo el problema —dijo, tranquilo—. Él está cómodo. Yo también.
—Confirmo —añadió Ollie, sin moverse ni un centímetro—. Aquí se está perfecto.
—Qué sorpresa —murmuró Logan desde el otro sofá, rodando los ojos con una sonrisa enternecida—. El cumpleaños lo ha vuelto aún más cariñoso.
—Mentira —replicó Kimi—. Siempre soy así.
—Claro —intervino Jack—. Lo que pasa es que hoy tienes excusa legal.
Paul, sentado cerca de la mesa baja con una bebida entre las manos, observaba la escena con una sonrisa suave.
—Es gracioso —dijo—. Nos reímos, pero luego miras alrededor… —hizo un gesto vago señalando al resto— y casi todos estamos igual, solo que con menos descaro.
—O con menos cuello marcado —añadió Franco sin ningún tipo de filtro, mirando directamente a Ollie.
—Franco —protestó el mencionado, rojo hasta las orejas.
—¿Qué? —se defendió él—. Es observación científica.
—Científica mis narices —rió Isack desde el respaldo del sofá—. Eso es envidia.
—¿Envidia de qué? —Franco se llevó una mano al pecho—. Yo tengo drama y ganas de molestar. Voy servido.
—Eso último es evidente —comentó Gabriel, tranquilo, desde su rincón junto a su novio—. Pero admito que la escena es… bonita.
Kimi levantó ligeramente una ceja, mirándolo.
—¿Bonita o empalagosa?
—Bonita —repitió Gabriel—. Empalagosa sería si empezáis a daros besitos ruidosos.
Ollie alzó la vista solo para encontrarse con la sonrisa peligrosa de su alfa.
—No le piques —murmuró, aunque estaba riéndose.
—No prometo nada —respondió Kimi en voz baja, apretándolo un poco más contra él.
—Dios, son insufribles —dijo Jack, aunque no dejaba de sonreír—. Pero se os quiere igual.
—Eso es lo importante —añadió Oscar—. El cariño… y el material para que os metáis con ellos durante unos días.
—Semanas —corrigió Dino.
—Meses —acentuó Liam.
—Décadas —remató Franco.
La conversación siguió fluyendo sin esfuerzo. Hablaron de tonterías, de anécdotas absurdas, de recuerdos compartidos que no necesitaban contexto. En algún punto, Liam empezó a contar una historia que claramente no llevaba a ningún sitio, Jack lo interrumpió tres veces, e Isack terminó apropiándose del final con un giro que ponía en evidencia al neozelandés.
Las risas llenaron el espacio, cálidas, sin estridencias. Kimi, entre carcajada y carcajada, no dejó de tener a Ollie entre sus brazos ni un solo segundo. A veces le besaba el cabello, otras apoyaba la barbilla sobre su hombro, otras simplemente lo abrazaba un poco más fuerte cuando alguien hacía una broma especialmente buena. Ollie, por su parte, respondía con caricias distraídas, dedos dibujando círculos invisibles sobre el antebrazo del alfa, buscando contacto siempre que podía.
—En serio —dijo Dino en un momento dado—. Si alguien entra ahora mismo pensará que esto es una reunión terapéutica para gente demasiado cariñosa.
—Funciona —respondió Paul—. Miradnos. Estamos relajados. Felices.
—Lo necesitábamos —comentó Isack—. Unos días para la manada, sin responsabilidades ni equipos.
—Y Kimi está en su elemento —añadió Oscar—. Consentido y con su omega encima.
—No estoy encima —protestó Ollie, levantando un poco la cabeza—. Estoy estratégicamente colocado.
—Exacto —asintió Kimi—. Es una posición muy estudiada.
—Por favor —rió Logan—. Que alguien les quite el diccionario.
La tarde avanzó así, entre bromas suaves, comentarios con doble sentido que no incomodaban a nadie, y esa sensación compartida de estar exactamente donde tenían que estar. Cuando el sol empezó a caer del todo y la luz se volvió más tenue, Kimi apretó a Ollie otra vez contra su pecho, cerrando los ojos un segundo, guardándose el momento.
No dijo nada; no hacía falta. Estaba rodeado, era querido y, sobre todo, estaba en casa.
