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Cuddle when in doubt

Summary:

—¿Sabes qué pienso? —dijo Kimi al cabo de un rato, con la voz tan suave que parecía que la habitación la absorbía antes de que terminara de sonar.

Ollie alzó apenas la cabeza, los ojos aún brillantes de frustración.

—¿Qué…?
—Que a veces, cuando más quieres que algo salga bien, el coche decide tener personalidad propia.

 

O la serie donde la manada navega por los desafíos que supone que todos sean cachorros.

 

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Notes:

(See the end of the work for notes.)

Work Text:

La noche se derramaba sobre Budapest como un vino oscuro, espeso y cálido, cuando por fin los motores se habían silenciado y los chicos regresaban al hotel. El aire aún vibraba con el eco de la carrera: el segundo puesto de Oscar, los puntos sólidos de Gabriel y Kimi, el abandono doloroso de Ollie… y el orgullo dulce-amargo de la clasificación, donde Isack y Liam habían logrado colarse en Q3 para luego perder posiciones en la carrera, mientras Franco se había conformado con una decimocuarta posición que sabía a poco pero no a fracaso (aunque se convirtiera en un decimoctavo durante el GP).

El hotel era uno de esos edificios anchos, antiguos y de techos altos, con alfombras demasiado mullidas y lámparas amarillentas que parecían haberse quedado atascadas en otra década. En la sala común —que ellos ya habían apropiado como territorio de manada— esperaba el nido grande, ese refugio de mantas y cojines donde la tensión se licuaba, donde la adrenalina dejaba de doler, donde podían volver a respirar como ellos mismos y no como los pilotos que el mundo miraba desde las pantallas.

Kimi fue el primero en sumergirse en ese universo blando, guiando a Ollie con una mano en la espalda, suave, paciente, como si el chico fuera de cristal. Y de alguna forma, esa noche lo era.

 

—No deberías sentirte así —murmuró mientras el omega enterraba la cara en su pecho, encogido como un animalito herido—. Un DNF no te define.

 

Ollie respiró hondo, y el olor de Kimi —hierbabuena, una tranquilidad fría pero envolvente— lo cubrió como una manta invisible.

 

—Lo sé… pero quería terminar —susurró, la voz hecha un hilo—. Sentía que esta vez… iba a salir bien.

—Saldrá —aseguró Kimi, apoyando la barbilla en su cabeza—. No hoy, vale. Pero saldrá. Y cuando salga, te voy a taladrar las orejas recordándotelo.

 

Ollie soltó algo parecido a una risa ahogada, y se acurrucó aún más contra él cuando el resto de la manada empezó a llegar, dejando su rastro, sus olores, sus energías mezclándose en un colchón emocional tan cálido que el nido parecía realmente respirar.

Kimi lo mantuvo así, envuelto en su abrazo, sin apurarle la respiración ni intentar levantarle el ánimo con frases vacías. Solo el murmullo de fondo de la manada llenaba el espacio: risas bajas, pasos cansados, el sonido de mantas arrastrándose mientras cada uno reclamaba su pequeño rincón. Pero alrededor de ellos dos, el tiempo iba más lento, casi detenido.

 

—¿Sabes qué pienso? —dijo Kimi al cabo de un rato, con la voz tan suave que parecía que la habitación la absorbía antes de que terminara de sonar.

 

Ollie alzó apenas la cabeza, los ojos aún brillantes de frustración.

 

—¿Qué…?

—Que a veces, cuando más quieres que algo salga bien, el coche decide tener personalidad propia.

 

El omega hizo una mueca, entre risa y llanto.

 

—Pues mi coche tiene demasiada personalidad a veces. Y no de la buena.

 

El alfa sonrió, ladeando la cabeza como quien contempla a alguien que le despierta una ternura involuntaria.

 

—Tu coche es un gruñón. Te toca domarlo. Como a un gato arisco.

 

El británico se separó un poco, solo lo justo para mirarlo con un puchero.

 

—¿Estás diciendo que soy dueño de un gato con ruedas?

—Uno rebelde —respondió Kimi—. De esos que te muerden la mano cuando les das comida, y después se duermen encima de ti como si nada.

 

La risa de Ollie fue corta, pero auténtica. Bajó la mirada hacia su propio regazo, jugando con un borde de la manta.

 

—No sé si puedo domarlo. A veces… siento que soy yo el problema. Que si fuese mejor piloto, más duro, más… yo qué sé… las cosas no saldrían tan mal.

—Ollie —Kimi le tomó la barbilla con dos dedos, levantándole el rostro—. Eres un piloto de verdad. Uno que aprende, uno que tiene talento. No necesitas ser duro. Necesitas ser tú. Y no te voy a dejar olvidarlo, aunque tenga que repetírtelo cada día.

 

El omega tragó saliva, sus mejillas encendiéndose levemente. Había algo profundamente consolador en escuchar esas palabras desde tan cerca, desde esa calma constante que emanaba de Kimi.

 

—Cuando hablas así… —murmuró Ollie— me siento un poco menos inútil.

—No lo eres —respondió él, sin dudar—. Solo estás cansado. Y triste. Y eso está bien.

 

Ollie apoyó la frente en su clavícula, respirando hondo otra vez.

 

—Me sabe fatal. Puntos hoy… Oscar segundo… Gabriel, tú… todos lo habéis hecho increíble. Y yo…

—Y tú eres parte de esto —dijo Kimi, rodeándolo aún más con los brazos—. Eres nuestra manada. Y no tienes que demostrar nada hoy.

 

Por un momento, Ollie no contestó. Soltó un temblor casi imperceptible, uno de esos que no eran llanto pero sí el borde del desborde. Y Kimi lo sostuvo. No dijo nada. No lo empujó a hablar. Solo permaneció.

 

—Oye —dijo el alfa de repente, con un tono travieso que suavizó aún más la atmósfera—. De todos modos, ¿sabes que si tu coche fuese un gato, sería un gato feo?

 

Ollie lo miró con los ojos muy abiertos.

 

—¡¿Feo?! ¿Por qué feo?

—Porque solo así explico que muerda tanto —respondió él—. Los gatos bonitos son más elegantes.

—Mi coche no es feo —se indignó Ollie, aunque ya sonreía—. Es… es… complicado.

—Ajá. Entonces feo.

—¡No!

—Sí.

—Kimi…

—Feísimo.

 

Ollie le pegó un puñetazo flojo en el hombro y terminó riéndose, esa risa suya que se abría paso como un rayo tímido en una tormenta.

 

—Me alegro de que estés aquí —susurró luego, más bajito, como si temiera que alguien más pudiera oírlo.

 

Kimi acarició su cabello con una lentitud casi meditativa.

 

—Siempre voy a estar. Y no solo en noches malas, ¿vale?

—Vale…

—Y cuando consigas tu primer podio —continuó él—, voy a ser el primero en gritarlo. Voy a levantar a todos a las seis de la mañana para recordarlo durante una semana.

 

Ollie se estremeció como si pudiera ver realmente a Kimi entrando en las habitaciones de la manada a grito pelado.

 

—No lo hagas…

—Lo haré.

—Kimi…

—¿Hm?

—Eres insoportable.

—Gracias.

 

Ollie volvió a hundirse contra su pecho, ocultando la sonrisa que se le escapaba.

 

—…Pero gracias —añadió, apenas audible.

—De nada —respondió Kimi, y su voz resonó como un abrazo más.

 

Y así quedaron, anclados el uno al otro, mientras las luces cálidas del hotel se reflejaban en las mantas y el olor de la manada los envolvía.

 

Franco entró de los últimos a la habitación, ojeroso pero tranquilo, con ese cansancio dulce que se movía en el cuerpo cuando uno luchaba más con el coche que con el circuito. Se dejó caer en el borde del nido, cerca de donde Liam y Jack ya estaban acomodándose, como tres gatos buscando la esquina soleada de una habitación.

Franco no dijo nada al principio; solo dejó que sus huesos se derritieran contra las mantas y que el olor mezclado de su rincón —melón de Liam, sándalo de Jack, y el suyo propio, más suave, más dulce— hiciera su trabajo. Liam lo recibió con un toquecito en el brazo, esos golpes torpes pero cariñosos que él creía que pasaban desapercibidos.

 

—Ven, siéntate aquí —murmuró el neozelandés, tirando de la manta para hacerle hueco.

 

Franco obedeció con esa docilidad tranquila que solo mostraba con su manada. Jack, que estaba a su otro lado, dejó que el chico se acurrucara un poco contra él, apoyando la cabeza en su hombro como si aquello fuera lo más natural del mundo (porque lo era para ellos).

 

—¿Todo bien, pequeño? —preguntó Jack, acariciándole el brazo con un movimiento lento y constante.

—Mm… sí —respondió Franco, cerrando los ojos un momento—. Estoy cansado. Pero bien.

 

Liam sonrió y se recostó contra los dos, formando una montaña de pilotos demasiado quemados para estar tensos. El ambiente entre los tres era de esos que solo se conseguían después de jornadas largas: tibio, silencioso, lleno de pequeños suspiros y miradas que decían más que cualquier frase.

 

—Hoy lo hicimos… decentemente, supongo —bromeó Liam, rompiendo el silencio con una risa apagada—. Una posición más en carrera que en la clasificación, pero bueno. Al menos no he perdido ninguna.

—Clasificaste noveno —apuntó Jack—. Eso está muy bien.

 

Franco soltó una risa suave, hundiendo más la cabeza en el hombro de Jack.

 

—Y yo… décimo cuarto —murmuró, sin tristeza, solo constatando—. No totalmente horrible, entré en Q2. Aunque luego acabara abajo.

—Pero sigues rindiendo para ser un tractor ese Alpine —dijo Liam enseguida, tocándole la rodilla con un gesto cálido.

 

Franco sonrió más, y los tres se quedaron así un instante, respirando sincronizados como si fueran parte del mismo cuerpo. Pero eventualmente, como siempre pasaba con Liam, su cabeza empezó a girar más rápido que su lengua.

 

—Oye… —murmuró de pronto, con la voz más baja—. ¿Creéis que me renovarán?

 

Jack parpadeó una vez, como si la pregunta hubiera caído desde muy lejos.

 

—¿Otra vez con eso? —preguntó, pero sin reproche.

—No es “otra vez” —bufó el otro beta, aunque su tono era inseguro—. Es… bueno… que casi todo el mundo está renovando ya… y yo sigo ahí sin saber nada, y con Horner fuera, el equipo está raro, y… —su voz empezó a encogerse—. ¿Y si no quieren dejarme?

 

Franco curvó las piernas y apoyó una mano sobre la de él, con torpeza pero intención.

 

—Te van a renovar —dijo suave, con una certeza casi infantil—. Fuiste P9 en quali. Eres rápido. A los ingenieros les gustas.

—A mí me gustas —añadió Jack, con total tranquilidad—. Y yo tengo muy buen ojo para detectar pilotos que siguen un año más.

—Tienes cero ojo —Franco murmuró, pero la sonrisita delataba que lo decía desde el cariño.

 

Jack se rió.

 

—Bueno, puede ser. Pero en serio, Liam, relájate. Horner se fue. Con él fuera, el ambiente es menos caótico. Y tú eres estable. Bueno, relativamente.

—¿Relativamente? —Liam lo miró ofendido.

—A veces te tropiezas saliendo del coche. Eso resta puntos —insistió el australiano.

 

Franco cubrió su sonrisa con la manta.

 

—No me tropiezo… tanto… —protestó Liam, cruzándose de brazos—. Pero… ya. Vale. No sé. Supongo que tenéis razón.

 

El ambiente se relajó un poco. Franco lo sintió como si la tensión bajara unos cuantos grados, como si una nube se moviera lentamente a un lado.

 

—Lo digo en serio —Jack prosiguió—. No tienes que preocuparte. No te van a mover del equipo.

—¿Y tú? —preguntó Franco antes de pensarlo demasiado.

 

El otro ladeó la cabeza.

 

—¿Yo qué?

—Flavio. Tu… tu asiento —murmuró el alfa, casi atrapando las palabras al vuelo para que no salieran demasiado pesadas.

 

Jack se encogió de hombros.

 

—Yo no vuelvo. Y está bien —dijo con una serenidad que le tenía que doler, pero no dejaba entrever—. No hay oportunidad de que me contemple para el año que viene, y ya no pasa nada. Estoy bien donde estoy por ahora. Ya lo asumí hace tiempo.

 

Franco sintió ese pinchazo. Pequeñito. Agudo. El que siempre le atravesaba cuando recordaba que ocupaba el asiento que fue de él. No debería doler, pero dolía igual. Y peor: dolía porque sabía que, si lo decía, Jack lo abrazaría y lo consolaría y lo cuidaría… y él no quería eso. No por algo así. No quería poner peso en los hombros de alguien que ya había aceptado su destino con tanta dignidad. Así que tragó y bajó la mirada.

 

—…Yo sí estoy preocupado —murmuró de repente, más bajito de lo que pretendía.

 

Jack y Liam lo miraron al mismo tiempo.

 

—¿Por qué? —preguntó el otro rubio, inclinándose un poco hacia él.

 

Franco respiró hondo.

 

—No tengo puntos —les recordó—. Ya llevamos bastante de la temporada y… y sigo sin puntos. ¿Y si… no me renuevan? ¿Y si piensan que no soy suficiente?

 

Liam puso una mano en su brazo, apretando suave.

 

—Hey, hey… Franco, has hecho buenas carreras. Hoy te mantuviste limpio. En Mónaco estuviste muy bien. Y tienes ritmo.

—Necesitas tiempo —añadió Jack, con una calma que parecía envolverlo por completo—. Tiempo y confianza. Y ambos llegarán. Pero no te estás jugando nada hoy. Ni mañana. Ni la semana que viene.

 

Franco apretó los labios, sin confiar del todo en sus palabras pero queriendo hacerlo. Liam, que lo conocía lo justo para saber que se estaba encogiendo un poco, apoyó la frente en su hombro de forma casi torpe, pero cálida.

 

—Eres bueno —susurró—. Muy bueno. Y te vamos a recordar eso las veces que quieras.

 

Jack lo abrazó suavemente por la espalda, acercándolo un poco más a ambos, cerrando la pequeña burbuja de calidez.

 

—No vas a perder tu asiento —dijo—. Créeme. Y si lo perdieras… cosa que no va a pasar… —le pellizcó el brazo apenas, con cariño—, mataríamos a Flavio antes de que alguien pudiera anunciarlo.

 

Franco rió, una risa tímida pero sincera, mientras los tres se apretaban más entre sí, como si la manta grande los absorbiera.

 

—Gracias —susurró, escondiendo el rostro—. A los dos.

 

Liam le dio un golpecito suave en la cabeza, casi como un hermano mayor.

 

—Para eso estamos —dijo—. Para preocuparnos juntos.

 

Y los tres quedaron así, hechos un ovillo cálido en una esquina del nido común, dejando que las preocupaciones se deshicieran un poco entre el olor compartido, las voces bajas y el murmullo distante de la manada que los envolvía por todos lados.

 

 

 

 

 

 

Notes:

Bueno, estoy feliz por el primer podio de Nikola Tsolov en F2 esta mañana :)

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